viernes, 12 de diciembre de 2008

Para María /5

Una tarde de abril, se volvieron a repetir las mismas formalidades de la tarde anterior, se volvía a representar la misma obra en el mismo café, "lo de siempre", "si", el libro, las miradas, las idas y venidas de algunos clientes, el silencio de murmullos, la música de las conversaciones, otra tarde igual que las demás. Pero esa tarde entraron por la puerta dos individuos que se acercaron a la barra y, sacando una pistola, amenazaron al encargado y a María para que les diera el dinero de la caja, a esas horas el dinero de la caja era poco, muy poco, porque la recaudación de la mañana había sido llevada al banco, y los escasos cafés de la tarde apenas representaban unas monedas, los ladrones no estaban conformes, y lo peor de todo, estaban muy nerviosos. Empezaron los insultos y los gritos, empezaron las explicaciones del encargado que sonaban vanas entre tanto grito y violencia. En un momento determinado, el de la pistola, rodeó con sus brazos el cuello de María mientras le apuntaba a la sien con su pistola, María estaba viviendo entre el terror y la presión en su cuello los segundos mas largos de su vida, los gritos y los insultos crecieron reclamando más dinero que no había, y él, el de la mesa catorce, se levantó despacio de su silla, avanzó lentamente hacia el pistolero y frente a frente, sin gritos ni estridencias, le dijo: "suéltala", con un tono de voz tan firme que le sorprendió a sí mismo al menos las dos primeras veces que lo dijo, pero no hubo oportunidad de decir una cuarta, porque al oír la tercera un estruendo paralizo la vida del Café y fue seguido por el silencio y por el ruido de la caída del cliente de la mesa catorce al suelo. Los ladrones se dieron a la fuga como almas que lleva el diablo, fueron detenidos horas después por la autoridad competente y puestos a disposición del juez de guardia. Él, yacía sin vida en aquel espacio del Café, que después seria marcado por una tiza y después limpiado con jabón, agua y lágrimas de María. La policía revisó todos y cada uno de los rincones del Café, sacó fotos, tomó huellas, preguntó, pero olvidaron en la mesa catorce un libro, gastado y ajado, de Baudelaire. María lo vio y lo guardó en su bolso.
© 2008 jjb

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