lunes, 8 de diciembre de 2008

Para María /1

Llegaba el día, y seguía sin saber qué regalarle, era un ejercicio continuo desde el sentido común al desatino. Pensaba primero en una colonia, en un pañuelo, quizás en unos pendientes, pero de inmediato se apoderaba de él la constancia de que no le gustaría, de que le pediría el ticket para ir a cambiarlo. Porque las mujeres son muy raras, y basta que esa colonia tenga tres milímetros menos de frasco que la que ellas utilizan, para que no les guste, basta que el pañuelo tenga como motivo un pájaro, para que esté anticuado, por mucho que las calles estuvieran llenas de pañuelos de pájaros hace apenas unos meses.

No, por ese camino jamás llegaba a ninguna conclusión, sus miedos eran muy superiores a sus certezas, y eso, al fin y al cabo, era el resumen de la historia de su vida desde que tenia constancia de ella.

Miedos y zozobras que le hacían dar vueltas y vueltas sobre el mismo tema y que le empujaban a una resolución rápida, de último momento, muchas veces equivocada y la mayoría de las veces no asumida como su propia decisión. Era un mecanismo de autodefensa que le permitía ser ajeno de sus propias decisiones, que hacia posible la convivencia entre su permanente duda y una vida que rodaba muy deprisa, demasiado deprisa para él.

Por eso apenas tomaba decisiones, procuraba pasar inadvertido y no relacionarse con nadie, para reducir el número de decisiones, pero siempre había alguna que tomar.

Una tarde entro en un café, uno de esos viejos cafés que sobreviven milagrosamente al celo destructor de los bancos y las franquicias americanas, de esos en los que la suciedad de las paredes forman parte importante de la decoración y son testigos mudos de mil batallas libradas alrededor de sus mesas de mármol. Antes, esos cafés tenían camareros que también parecían ser parte de la decoración y haber sido los fundadores de esos establecimientos, pero el tiempo no perdona, y el relevo generacional transforma el ambiente de esos viejos cafés, porque al mismo tiempo que los camareros rejuvenecen, también lo hacen los clientes, y en un momento dado se cambiaron las corbatas por la más desenfadada vestimenta, y aquel café pasó de ser un resto del pasado a ser el lugar de más moda en la ciudad, para, años después, volver a ser el viejo dinosaurio atemporal y anacrónico que fue y seguirá siendo hasta que los caprichos de eso que llaman moda, le vuelva a convertir en un local a la última.

© 2008 jjb

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