miércoles, 3 de junio de 2009

Camino /20

Sus pasos le llevaron a la biblioteca y allí a coger un libro, era literatura, un compendio de cuentos, sin aparente relación unos con otros que Camino iba devorando con ganas, con fruición, el autor era un tal Juan José Blanco, totalmente desconocido en aquel momento y mucho más posteriormente, en uno de esos cuentos, que se llamaba Maria, encontró una frase que le arrebató … a partir de aquel momento él durmió con quien no soñaba y ella soñó con quien no dormía … horas estuvo releyendo aquella frase, que era una pequeña fotografía de lo que ella imaginaba iba a ser su vida en el más próximo futuro, la leía y la volvía a leer, una y otra vez, como si aquella frase fuese una oración, una invocación, una súplica; se agarraba a ella como si hubiera encontrado el cómplice necesario que sin decirle nada, le hubiera prestado el hombro que unido a su amante había perdido unas horas antes.

Y siguió leyendo, después de aquel mal libro siguieron otros mejores y después otros, algunos malos de solemnidad, algunos buenos. Todo lo que podía leía, cliente asidua de aquella biblioteca, no sólo leía literatura, poesía, también empezó a leer los libros de la carrera, empezó a estudiar como nunca antes había estudiado, como si en ello le fuera la vida.

Asistía a las manifestaciones, con menos entusiasmo que antes, pero con la misma aguerrida actitud en cuanto se juntaba con sus compañeros de lucha. Le preguntaron las primeras veces por él, pero al oír su respuesta evasiva, dejaron de hacerlo. Él ni estaba ni se le esperaba y alguien le había dicho que se dedicaba a intentar ligarse a todas las nuevas estudiantes que habían llegado aquel año a Salamanca; lo cierto es que todos lo achacaban a que Camino le había abandonado, lo real es que Camino, después de aquella traumática separación, estaba aún más bella que antes, con una ligera impresión de seguridad y sosiego que nunca había tenido, con el irresistible atractivo de la belleza serena y se estaba ganando a fuego una fama de inaccesible que le ayudaba a no tener que rechazar ofertas masculinas, pero que le impedía tener ninguna.

El tiempo pasaba, sus notas eran magníficas, sus padres no entendían por qué pero les encantaba, el número de libros que había leído era altísimo, y seguía sin ser feliz desde aquel día en la estación de tren, no quería saber de él y estaba loca por que le dijeran algo, no buscaba su presencia y la encontraba en viejas fotografías, en entradas de conciertos, en recortes de periódicos, en sus sueños y en momentos íntimos solitarios de los que después se arrepentía.

Estaba empezando a hacer de la excepción normalidad y de repente se le puso enfermo el dictador, de repente le ingresaron en un hospital de Madrid, y allí, tras unos días de partes médicos de un equipo médico habitual, en una jerga absolutamente preocupante que rezaba: enfermedad de Parkinson, cardiopatía isquémica con infarto agudo de miocardio anterosepial y de cara diafragmática, úlceras intestinales agudas reincidentes con hemorragias masivas reiteradas, peritonitis bacteriana, fracaso renal agudo, tromboflebitis ileo-femoral izquierda, bronconeumonía bilateral aspiratoria, choque endotóxico, parada cardiaca. Dios mío, eso no era lo que muchos esperaban, pero sonaba fatal, incluso sonaba a inminente y los rumores aseguraban que estaba muerto y poco después que se había recuperado, pero un día en la madrugada, el dictador murió en la cama y la mayoría de los españoles tuvieron miedo, eso sin importar sus ideas, ni su condición, tenían miedo. Después algunos se preocuparon porque ligaban su bienestar particular a una persona y seguían teniendo miedo, otros se alegraron de su muerte porque suponían que la dictadura era sólo cuestión de un hombre, los más sensatos se entristecieron porque creían en un régimen que desconfiaba de la capacidad de los españoles por gobernarse en democracia y otros se alegraron porque pensaron que había muerto la dictadura y se abrían nuevos tiempos para que un soplo de libertad entrara en España que siempre había llegado tarde a todos los sitios.

Pero todos tenían miedo y ninguno quería equivocarse. Camino se enteró nada más levantarse, oyó a Aria Navarro, el presidente del gobierno, intentando evitar el llanto sin éxito y diciendo aquellas frases que traspasarían el tiempo, españoles … Franco…. ha muerto… y un largo puchero de un hombre leal adicto a una causa en extinción. Camino no podía creerlo, porque ella pensaba que la muerte del dictador y el fin de la dictadura estaban íntimamente ligados, pero decían que Franco lo había dejado atado y bien atado y un rey, un Borbón, era su sucesor, un fantoche, una marioneta de la dictadura, pero Franco había muerto, santo cielo, tenía que hacer algo.

© 2009 jjb


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por arrancarme una sonrisa y las ganas de que llegue el próximo capítulo....