martes, 16 de junio de 2009

Camino /27

Volvió al palacio de la Aljafería y volvió a sentirse española como hacía mucho tiempo que no lo sentía. Nunca se había sentido nacionalista, luchó contra aquel descabellado ultra nacionalismo español de Franco al que su padre rendía tributo, pero se sentía profundamente española y se encontraba en la herencia árabe, en la herencia judía, en siglos de historia común y en las diferencias de su tierra. Le gustaba ser española aunque no estuviera muy de moda, antes porque eso era no ser antifranquista y ahora porque parecía no ser progresista, oía a periodistas abanderados de la progresía decir que el himno y la bandera no estaban muy bien vistos en Cataluña o en Euskadi, y veía que se seguía confundiendo el todo por las partes, el legítimo derecho a luchar pacíficamente por lo que se quiera y el tremendo error de odiar lo que eres.

Recorría sus calles y notó de nuevo el frío de esa ciudad encajonada en un valle, testigo de conquistas, de guerras y de paz; allí intentó encontrar a Ildefonso al que llevaba tanto tiempo buscando, viajó a Paniza donde había nacido, fue a Daroca, donde murió; no pudo ir al colegio Santo Tomás porque había cerrado sus puertas unos años después de que Ildefonso falleciera, lo que le impidió el disgusto de ver desaparecer otro colegio laico de Zaragoza, pero seguía sin encontrarle.

Frente a la Casa Juncosa, modernista también, pero que en nada se le parecía a la de mismo nombre de Barcelona, empezó a pensar que Ildefonso y su padre eran prácticamente de la misma edad. Ildefonso de padre farmacéutico, muerto prematuramente, su hermana también, él comprometido con las nuevas ideas que en aquel tiempo era que todos pudieran comer básicamente, él un intelectual inquieto, se quebró su vida en un momento en el que empezaba a vivir. Su padre, hijo de un frutero, que le cogió la guerra en la Universidad y fruto de carambolas vitales se abrazó al nuevo régimen franquista y vivió como un burgués el resto de su vida, eran la élite de la sociedad, con la única nota discordante de la camisa azul constante, aliviada por una chaqueta blanca por los diseñadores del régimen. Sólo circunstancias de su vida les habían puesto en posiciones antagónicas porque Camino estaba segura que ambos amaban España, que ambos querían tener una familia, hijos, vivir en paz y poder conocer a sus nietos.

Estaba a punto de hacerlos iguales, pero ni siquiera el amor a su padre le impedía a Camino olvidar lo que sabía, lo que había leído, lo que jamás había oído a su padre, aunque, ya mayor, intentaba que le contara cosas. Los que eran de la misma posición que su padre habían cometido tropelías inhumanas en nombre de Dios y de la Patria, Ildefonso era uno de los que había truncado su vida por eso y paradójicamente, sólo había truncado su vida porque muchos otros se habían quedado por el camino.

Eso no podía ser justificado de ninguna forma, aunque Camino en su fuero interno quería saber que su padre jamás había actuado erróneamente, ni había matado, ni había ayudado a matar ni había mirado hacia otro lado. Y podía ser posible que así hubiera sido, tan posible y poco probable como cuando todos los que habían estado en aquella guerra absurda, viejos ya, y preguntados por Camino, de un bando y de otro, todos, ninguno, habían matado una sola persona en la guerra; disparaban balas que se perdían en el horizonte sin más objetivo que perderse y nadie se sentía culpable de la muerte de otro, todos tenían razones para hacerlo, pero ninguno había matado a nadie.


¿Qué habría hecho su padre? ¿podría algo justificar aquello? pero era su padre, al que quería y al que sistemáticamente había estado castigando por distintas razones, pero sobre todo por llamar su atención.

No, no podía justificar nada, tampoco juzgar a su padre, pero había algo que le permitía convivir con aquella tremenda contradicción, lo único de lo que estaba segura, lo único que posiblemente le ayudaría a irse de Zaragoza en paz, aquella guerra entre hermanos, aquel sinsentido de muerte y castigo en nombre de altos ideales nunca más podría repetirse, jamás volvería a pasar, lucharía durante toda su vida para instalar en las nuevas generaciones otros valores, empezando por los suyos, buscando que la tolerancia fuera prioritario a cualquier otro valor.

No era fácil, porque ya se oían gritos de los agoreros, de los salvapatrias, de los administradores del caos, pero esos no eran mayoría, sólo ruidosos.


© 2009 jjb


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