miércoles, 10 de junio de 2009

Camino /25

Juan quedó con Peter Wallner, un americano con poco aspecto de americano, si es que entre trescientos millones de almas puede haber un prototipo general, bajito, muy moreno, podría pasar perfectamente por un tratante de ganado de otro siglo en la alpujarra, su español era perfecto, con un levísimo acento final más notorio en algunas palabras, pero que suplía con giros y modismos que sólo un gran conocedor de la lengua podría utilizar con tanta soltura, al fin y al cabo era un experto en literatura y para sorpresa de Juan había sido alumno de Ildefonso Manuel Gil en Estados Unidos. Le habló maravillas de su maestro, le contó su amor por España, le relató que a pesar de todo siempre que tenía una ocasión, y tenía muchas al ser su materia la literatura española, hablaba con amor de su tierra, de la que todos sabían que había sido injustamente apartado, pero de la que nunca tuvo una palabra de resentimiento ni contra su patria, ni contra los que se la habían arrebatado.

Le dijo además que cuando le contó a su profesor de literatura española que vendría a España, le regaló un libro de poemas, una antología de poesía española, que desgraciadamente había perdido en la plaza de Oriente de Madrid, en un banco flanqueado por dos estatuas de reyes. No le contó que había dejado su bolsa en aquel banco de piedra, que un enjambre de niños se le abalanzó por sorpresa, que después con la misma presteza se fueron y se llevaron consigo la bolsa, su documentación y aquel libro que era su mejor compañía en aquel Madrid que tanto le gustaba, le dijeron en la comisaría que eran gitanos rumanos, que eran menores y que posiblemente nunca recuperarían la bolsa porque después de perpetrar sus fechorías le entregaban el fruto de ellas a los adultos que los dirigían.

Perdió más de dos días en el consulado americano en Madrid para conseguir un duplicado de su documentación y no les perdonó a aquellos niños que le hicieran perder el tiempo y aquel libro carente de valor real, pero cargado de valor sentimental.

Juan le preguntó si él tenia algún documento escrito por su profesor, Peter le dijo que no, que incluso las notas eran hechas en su Universidad por ordenador, que no tenía nada escrito por él. Se despidieron y Juan prefirió no llamar a Camino para contárselo y guardar el relato pormenorizado de aquella entrevista para cuando se vieran.

Terminó de contárselo a Camino y vio en ella sus ojos abiertos, su máximo interés en saber de aquel poeta y era perfectamente consciente que la información que le estaba dando era limitada y carente de pistas que le ayudaran en lo que buscaba, pero, Camino, ¿qué es lo que realmente buscas?, no sé quizás una tontería, quizás espero, o deseo, qué sé yo, que esas cuartillas que había en el libro fueran escritas por la mano de Ildefonso, así le llamaba con la familiaridad de alguien próximo, pero es casi imposible, quisiera saber quién escribió aquello, notar la cercanía de alguien que leyó el libro antes que yo, sentir el pálpito de unas manos desconocidas, de alguien que sintió algo al leer aquellos poemas, no lo sé. Camino es preciosa la idea, es buscar la vida de un libro, su ruta, su trayectoria, este hombre me dijo que su maestro, Ildefonso, le había regalado un libro, una antología…, dios mío, no me digas que tu libro es… eso es lo que hizo temblar al oírtelo, mi libro es una antología de la poesía española, pero no puede ser, cómo llegaría a Córdoba si se lo robaron en Madrid, no sé, si, es posible, imaginemos que… Juan, gracias, tú ya has hecho tu parte y te lo agradezco muchísimo, pero déjame que metabolice todo esto y ponga otra pieza más en este puzzle, yo te prometo que te tendré informado, claro, si tus altos vuelos te permiten bajar a la tierra y hablar con esta mortal, ironizó con maldad Camino, se despidieron, lo que activó a los gorilas, y Camino le prometió que le tendría al tanto mientras los movimientos de los guardaespaldas revolucionaban la tranquilidad de aquella cafetería de provincias.

Camino se volvió a sentar en la silla, delante de su taza de té vacía, sonreía sin saber por qué y envidiaba el que Juan hubiera hablado con un testigo directo de la vida de Ildefonso, podría haberle pedido a Juan que organizara una entrevista con él, pero no, era mejor seguir despacio, con tranquilidad, con parsimonia, disfrutando con cada pequeño avance, preguntó si se debía algo, y comprobó que Juan, siendo ministro in pectore, tenía la misma cara dura que siendo un revolucionario y siempre se iba sin pagar.

© 2009 jjb


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