jueves, 18 de junio de 2009

Camino /29

Peter Wallner tuvo una pequeña indisposición en una de sus visitas al Congreso de los Diputados, el calor posiblemente. Se acercó al centro de salud de la Seguridad Social que estaba prácticamente enfrente, vio curioso mientras espera en la antesala del médico que le habían asignado, un mural de escenas de películas muy famosas, con un pequeño cartel que rezaba que en aquel lugar, cuando allí estaba el Hotel Rusia, se hizo la primera proyección cinematográfica en España el 15 de mayo de 1896 y aquel mural la recordaba.

Pero su sorpresa fue mayúscula cuando vio salir de la consulta del doctor Blanco a Francisco Ayala junto la que supuso era su hija. Ayala había ayudado mucho a Ildefonso Manuel Gil en su viaje a América, eran amigos, y le hubiera gustado decirle algo, pero no lo hizo; el maestro, con más de 100 años, salía con las arrugas del tiempo marcadas, con la lentitud del viejo guerrero, pero con la vida reflejada en la cara, era excesivamente peculiar la coincidencia con la consulta que le había hecho aquel diputado que ahora era ministro, unas semanas antes, el caso es que aquella visión le había mejorado su estado general y apenas supo decirle sus síntomas al doctor, que miraba atónito a aquel hombre de nombre extranjero y lenguaje exquisito.

La dueña de la tienda de Córdoba que le vendió el libro a Camino seguía dándole vueltas a la cosa, seguía intentando ponerle cara a aquella joven que había llamado por teléfono interesándose por el origen de un libro que había comprado allí, y es que en aquella tienda no pasaban muchas cosas y hasta lo más pequeño era un extraordinario, y sobre todo, un tema de conversación con su hermana, así hablaban a ratos perdidos, entre cliente y cliente, repitiendo una y otra vez las mismas preguntas y las mismas respuestas.

Juan prometió su cargo ante el rey, los otros ministros y el notario mayor del Reino, pero debido a los nervios prometió cumplir bien el cargo de ministro de otro ministerio que no era el suyo y eso fue la razón de que estuviera en los periódicos, en las televisiones, en las radios y en las conversaciones de bares y tabernas por mucho más tiempo del que a él le hubiera gustado.

Y Camino, exiliada en la biblioteca en la que parecía una ocupa, a la que le daban los primeros buenos días cuando el bibliotecario metía la llave en la cerradura y le apremiaba para que se marchara al filo de la hora de cierre, y siempre, desde hacía tiempo, con el mismo libro encima de la mesa, el mismo libro que además tenía en préstamo y se llevaba a casa cuando cerraban la biblioteca, “Manuel Machado, poeta del pueblo”, una edición de 1997 del clásico de Tuñon de Lara, que se había convertido en su misal de mano. Jiménez no lograba entenderlo, Camino, que te has equivocado, que ese no es de los tuyos, que el bueno es Antonio, su hermano, que te haces mayor y bailas los nombres, calla loca, no me haces caso y no te das cuenta, y ella seguía leyendo y leyendo aquel libro.

Buscaba en aquella hagiografía, posiblemente parcial, posiblemente desmesurada, la historia de su familia, y por extensión, la historia de su tierra, y por introspección su propia vida, y era tan evidente que tenia la necesidad de leerlo y releerlo para asegurarse que aquello era cierto, no lo que glosaba el autor, sino la historia que transmitía, lo que de ella se desprendía, del viaje al cielo o a los infiernos de dos hermanos, y sobre todo, lo que más buscaba Camino y que nunca pudo encontrar, saber cuál era el cielo y cuál el infierno, y una vez establecidos, saber el precio de estar en cada uno de ellos.

© 2009 jjb


votar


Add to Technorati Favorites

No hay comentarios: