martes, 2 de junio de 2009

Camino /19

Después de llorar y llorar durante tanto tiempo que se le quedó la nariz como una ausente y no quería moverse por miedo a que algún músculo dormido le pasase factura, se juró que no lloraría nunca jamás por un hombre y menos por aquel que había quebrado su confianza, había roto su ilusión y le había hecho ver un mundo que no conocía, de matices, de pinceladas finas y no trazos gruesos. Los malos y los buenos, los dos grupos en los que dividía el mundo hasta ese momento, se habían convertido en pequeños grupos y grupúsculos que encuadraban a los malos, los más malos, los peores, los traidores y Juan como paradigma de lo peor, de lo más bajo, del emboscado que parece bueno y es realmente el infame representante de todo lo peor.

Mientras bajaba a Juan a los infiernos, trataba de pensar cómo iba a ser su vida sin él, cómo iba a afrontar la realidad cotidiana sin saber que él estaba allí, porque su vida en los últimos años carecía de sentido sin que él estuviera presente, cualquier acto cotidiano empezaba o terminaba con él, cualquier actividad era con él, cualquier proyecto era con él y no era fácil imaginar un futuro en que pasara del nosotros al yo de una manera tan urgente, con las prisas de la desolación y el apremio de la realidad.


Recabó fuerzas de esa reserva que siempre olvidamos y siempre nos sorprende, se levantó, retomó su postura de marcha y se fue de aquel lugar testigo mudo de su desgracia o de la caída del cielo y la metamorfosis del mundo tal y como había sido desde hacía tiempo. Se fue sin acelerar el paso, dando sorbidos nasales que le recordaban las regañinas de su madre cuando hacía aquello de pequeña y de mayor, se fue sin ver a nadie en las calles, ajena a todo, ausente del mundo, buscando el refugio de su casa eventual, de su cama, para poder seguir llorando, que era de lo único que en realidad tenía ganas.

En casa, en el refugio de su habitación, lejana de miradas y demasiado cercana a oídos conocidos, tuvo ese llanto silencioso, con la mirada perdida en la pared, sin pensar concretamente en nada, sin lágrimas, a veces con un ligero temblor de boca, preámbulo posible de un retomar de su llanto, pero ya no le quedaban lágrimas, ni ganas de llorar más. Tenía el rostro dolorido, la nariz como un payaso y sabía que tendría ojeras, y lo que era peor, necesidad de dar explicaciones. Durante unos cuantos días, tampoco fue consciente de cuánto tiempo pasó allí, en su cuarto, viendo el vacío y la nada, pero en un momento determinado, abatida por su propia naturaleza, vencida por el sueño, se quedó dormida en su cama en una posición poco ortodoxa; allí se despertaría muchas horas después, dolorida en el cuerpo y el alma, sin la más mínima idea de qué hacer en los próximos cinco minutos. Aprendió muy rápido que hay algo peor que perderse en un paraje remoto, es mucho peor no tener una brújula que te guíe, ni ninguna estrella en el cielo que te indique el camino a seguir.

Parecía que iba a seguir allí, sin moverse, pero de repente, se puso en movimiento, se levantó de la cama como un resorte, salió como una exhalación camino del baño y allí realizo todas las labores que realizaba diariamente, pero esta vez con más prisa de la habitual, que solía ser bastante siempre; tareas rutinarias con una pauta aprendida y repetida, con la efectividad de la práctica, y después de vestirse y coger su voluminoso bolso, salió con presteza a la calle, buscando algo, pero por el camino encontró que tenía un hambre voraz, no ganas como su madre insistía que dijera cuando tenia hambre, no, esto era más, y en una pequeña cafetería cercana y conocida, entró a tomarse un café y una tostada, que le supo a gloria y que le dio energías renovadas para hacer lo que no sabía que iba a hacer, pero que fuera lo que fuera era arrancar su nueva vida, una vida diferente, una vida sin él.

© 2009 jjb


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Y comienza una nueva vida...una nueva aventura..un nuevo descubrir...¡¡¡como me gusta!!!no hay nada peor que quedarse atado al pasado por miedo al futuro