martes, 9 de junio de 2009

Camino /24

Camino se encontró que su vida, ahora tranquila y sosegada, se había alagado por aquel libro que se había convertido en su obsesión. Sabía lo básico, sabía que era un gran poeta zaragozano, sabía de su exilio, pero quería saber el rastro de aquellas cuartillas, quería saber qué manos habían tocado su libro antes que ella y sobre todo quería que esas letras hubieran sido escritas por él, era casi imposible, pero este sueño nadie se lo iba a matar, por eso no hizo lo que sabía que tenía que hacer, buscar en alguna institución aragonesa un lugar en donde estuviera depositado algún texto hológrafo, tenía tanto miedo a un no coincide como fe en pensar que fue como ella quería que fuese.

Por eso buscó la solución que a veces elegía para tomarse los problemas con anestesia, apeló a Juan, a su red de influencias, a su poder. Le confió la historia, le contó los detalles y sus ilusiones, sus pesquisas y no pudo por menos de hablarle de la Córdoba que amaba, del monumento a los amantes, dos manos que se acercan sin tocarse, en memoria del poeta Ibn Zaydun y la princesa Wallada, añadiendo que hay quien dice que son dos manos de hombre, le vendió tan bien Córdoba que Juan ya estaba ajustando agenda, buscando excusas, recopilando razones.
Juan le dijo que le gustaba aquella historia literario-policíaca, le regañó cariñosamente por su infatigable manía de meterse en todos los charcos y le prometió decirle algo, también le dijo que pronto tendría que ir a su ciudad y que le gustaría que se encontrasen, claro, contestó Camino.

Ya le había dicho que se verían tantas veces que tampoco en esta ocasión tenía mucha fe en que fuera verdad, pero era la posibilidad que menos le limitaba y mientras podía seguir indagando en la vida de Ildefonso Manuel Gil, qué extraño y qué cercano al mismo tiempo le sonaba aquel nombre cuando lo pronunciaba y sobre todo, tenía tiempo para leer su obra, que no era fácil encontrar en la biblioteca y tenía que recurrir a sus trucos de lectora empedernida reforzados por su calidad de profesora.
Pero Juan esta vez cumplió y esta vez sí acudió a una discreta cafetería.

Algo había cambiado, Juan no venía solo, estaba acompañado de tres fornidos hombres con traje y aspecto de pocos amigos, y en la puerta de la cafetería, en lugar prohibido, estaban aparcados dos coches con toda la pinta de ser oficiales. Aquello le dio un poco de miedo a Camino recordando viejos tiempos, pero sobre todo le chocaba ver a aquel viejo compañero de revolución enfundado en un traje y rodeado de tíos como armarios que parecían fachas pero que en realidad eran maderos.
No se puede decir aún, pero en fechas muy próximas me van a dar un cargo muy importante, ¿te van a hacer ministro? Camino por favor, quién te ha visto y quién te ve Juanito, y Juan reía las ocurrencias de Camino, con una sonrisa de complicidad que le transportaba al pasado y que olvidaba matices y pecados para sólo mantener los buenos momentos que compartieron juntos en Salamanca.

Por un milagro que sólo se puede realizar debido a la existencia de Dios y a pesar de la existencia de los curas, Camino nunca se enteró de que Juan tenía dudas en su memoria si fue él quien dejó a Camino, o fue ella la que le dejó a él, eso, ayudaba mucho a que el próximo ministro no hubiera sido víctima de una mujer madura en una cafetería de una capital de provincias.


Tengo buenas noticias para ti, Juan me ponen un poco nerviosa estos tíos ¿no podrían irse un poco más lejos? no, no pueden, no te preocupes, te acostumbrarás, pregunté a quien más sabe sobre literatura en el grupo parlamentario y conoce perfectamente a Ildefonso Manuel Gil, un gran poeta, exiliado, pero eso no es lo mejor, resulta que tenemos un consultor en el grupo que es americano, que fue alumno de él en Estados Unidos y le llamé y he hablado con él.
A Camino ya no le molestaban ni los guardaespaldas, ni ver a Juan investido del boato del poder ni nada, quería saber más, quería saber todo y le miraba con los ojos a punto de salirse de las órbitas, dime, dime, ¿le has visto?, cuéntame, no te pares.

© 2009 jjb


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