jueves, 4 de junio de 2009

Camino /21

Había tantos policías en la calle que era imposible hacer la más mínima expresión de alegría sin el riesgo de que te pasaras una larga temporada en la cárcel, no estaba el horno para bollos, al menos ese día y los siguientes. Se estaban organizando viajes a Madrid para ver el cadáver del recién fallecido general, expuesto en el Palacio de Oriente, con largas colas que en número de tres tenían kilómetros y kilómetros, que harían esperar días a los que esperaban para verle apenas unos segundos sin poder parar. Y ni Camino, ni los que como Camino pensaban que todos estaban contra la dictadura podían entender aquellas colas, ni aquel fervor por el dictador fallecido, no podía entender cómo podía haber tantos afectos a aquel régimen despiadado en el que no cabía ni la piedad ni el sentido común.

Muchos de los que pasaron por aquellas colas y a los que las cámaras de la única televisión que entonces había grabó se arrepintieron muchos años después de haber estado allí y haber llorado, porque muchos años después ya no tenían miedo, pero entonces millones de personas iban en peregrinación a ver a aquel hombre de pequeña estatura, pero que con mano férrea había llevado las riendas de un país como si fuera un cuartel, durante más de cuarenta años.

¿Y ahora qué? eso era lo que repetían hasta la saciedad ¿y ahora qué?, huérfanos de dictador, ávidos de democracia, probablemente desamparados de referencias; lo cierto es que muerto el dictador había quedado su sucesor y una larga lista de seguidores, algunos por su estómago agradecido, otros por su identificación con la causa, algunos por ambas cosas. En ese momento, Camino se acordó de su padre y corrió a la primera cabina para llamar a casa. Su madre, con voz de circunstancias le dijo que su padre había partido hacia Madrid, como si hubiera partido a las cruzadas y que junto con sus compañeros del Movimiento, tendrían un turno para velar al Caudillo, que era el nombre que los seguidores del régimen utilizaban para denominar al general; que estaba muy afectado y que esperaba órdenes del secretario general, porque se esperaban incidentes por parte de los rojos y el comunismo internacional. Inútil hubiera sido decirle a su madre que lo que ella llamaba el comunismo internacional era ella, su propia hija, en una proporción mínima, pero adecuada a la desmesura de su madre.

Tu no te metas en líos y en cuanto veas lo más mínimo te vas, y procura no salir de casa salvo lo imprescindible, sí mamá, y colgó, por lo menos en su casa todo seguía igual, nada podía cambiar.

A Franco le enterraron en el Valle de los Caídos junto a José Antonio, y a los pocos días coronaron a Juan Carlos I, a los que todos los que estaban en contra del régimen y ahora en contra de él, le habían apodado Juan Carlos I El Breve. Fue en las cortes, aquellas cortes franquistas sin ninguna legitimidad democrática, allí juró los principios fundamentales del Movimiento, los principios inamovibles que aseguraban que Franco seguiría mandando, como el Cid, después de muerto y ese fue el detonante de todos los que habían estado callados unos días a la vista de los acontecimientos, ahora, aquel clamor era aún más fuerte que antes y ahora un lema era el que lideraba cualquier protesta, España, mañana, será republicana, España, mañana, será republicana.

Y así seguía el asunto, con noticias contradictorias, con fuerte presión en la calle, con muchas manifestaciones. Un día, mientras corría delante de los grises, a pesar de la premura del momento, le vio, era Juan, corriendo calle abajo, agarrando de la muñeca a una chica, alta, guapa, con el miedo pintado en la cara, y Camino se vio en ella, y por primera vez, sin recovecos, sin matices, sin trasfondo, después de mucho tiempo, Camino sonrió, y esa sonrisa fue la liberación que necesitaba, la puntilla necesaria para acabar de desmontar a aquel que fuera su ídolo y que ahora era un machista con una buena estrategia, allí, en aquella esquina en la que el tiempo se había detenido, logró recuperar su fe en la vida.

Pero la vida sólo se había parado para ella, y un porrazo en las costillas le devolvió a la realidad, por suerte había más espaldas de rezagados dónde repartir, por lo que le dio tiempo, pese al dolor, a retrasar un poco su ración de maldad y salir a la carrera a territorio seguro, alejado de las porras, cómo le dolía la espalda, pero qué relajado tenía el corazón.

© 2009 jjb


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