Su pasión se estaba convirtiendo en obsesión y por eso la llamada de Juan, su compañero de facultad, del que milagrosamente había conservado la amistad, le había ayudado a olvidarse un poco de su obsesión. Jiménez he quedado con Juan, mi amigo ¿te acuerdas? ¿no le irás a poner unos cuernos al santo de tu marido? por Dios Jiménez, a veces dices unas burradas, qué cosas se te ocurren, si yo te lo digo porque si dejas libre a tu marido, que sepas que yo estoy primera en la lista, díselo, de verdad, parece mentira, que sí, que sé que Juan fue tu compañero y amigo, pero que también hubo lío, ¿no?, en qué hora te contaré yo algunas cosas, anda, vámonos, que a veces no te aguanto.
Juan es una de esas personas que jamás cambia, no pasan los años por ellos, le dio dos besos, ya no existía la tensión sexual que en su día existió entre ellos y que fue resuelta con la misma torpeza con la que Camino recordaba sus relaciones de aquellos años convulsos en los que las hormonas solían ganar al sentido común. Él era un referente tranquilo a un tiempo que pasó muy deprisa, del que no podía al recordarlo, esbozar una leve sonrisa, del cual era el único cómplice con el que había mantenido contacto.
Su padre, al que tanto añoraba, era el Jefe Nacional del Movimiento de su ciudad, eso significaba en los años adolescentes en los que Camino lo entendió, ser el poderoso representante del poder ortodoxo en un vasto territorio. Vivían en una casa que estaba encima de la Sede Provincial del Movimiento y en la fachada y en la entrada de aquel local había unas desproporcionadas y gigantescas siluetas en rojo realizadas en chapas de madera unidas, del yugo y las flechas, el símbolo falangista adaptado pro Franco y sus ideólogos para dar sustento a su régimen. Su vida había estado presidida por aquel símbolo que también estaba bordado en las pecheras azules de las camisas de los que acudían a aquel lugar y en la ropa habitual de su padre.
Cuando lo entendió, por un raro mecanismo adolescente de rechazo, no quiso entrar en profundidades y aborreció todo aquello, pero no por su carga ideológica, ni por su aberración práctica, sino por un primario sentido de rechazo a todo lo que se desprendiera de la autoridad paterna.
© 2009 jjb

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