jueves, 28 de mayo de 2009

Camino /16

Salamanca era el sitio ideal, ni con buena intención habrían estado más acertados los que la querían quitar de en medio. Una bella ciudad, repleta de historia universitaria en todos sus rincones, con una abrumadora presencia de jóvenes con ganas de divertirse y en ratos perdidos estudiar, con un dictador con nombre y apellido que materializaba lo que cualquier joven rebelde de cualquier lugar envidiaría, la personificación de la maldad en un hombre y un Régimen, la mejor manera de encauzar la rebeldía y compartir con personas de su misma edad las mismas ilusiones.

Desconocía absolutamente todo sobre política, pero era tan divertido correr delante de los guardias, esquivarlos, gritar consignas y sentir el miedo a un porrazo, a un mes de cárcel, a una estancia en la comisaría; ese miedo que secaba la garganta y le hacía correr y correr presumiendo que detrás venían todos los policías, cuando no venía ninguno. Camino gritaba y gesticulaba a una distancia prudente de los guardias, pero lo que más le gustaba era coger garbanzos de aquel saquito que estaba a la entrada de la Facultad y que al principio le extrañaba que estuviera allí; servía para en aquella cuesta abajo por donde llegaban los grises a caballo, porra en ristre, tirarlos y ver a los caballos como se abrían de piernas y daban con su jinete en el suelo. Con la celebración de aquellos jóvenes rebeldes que aún no eran ecologistas ni pacifistas y celebraban la caída del portador de la porra, esa porra que las leyendas urbanas decían que estaba hecha de picha de toro, no de pene de toro, ni de la piel del toro, no, de picha de toro que parecía darle más dureza al material de elaboración de la porra. Los caballos eran, o parecían, enormes, posiblemente elegidos así para asustar a los que se manifestaban.

Decían los que más experiencia tenían que en las manifestaciones de estudiantes no pasaba nada, que donde si había sangre era en las manifestaciones de los obreros, pero daba miedo igual. Camino se convirtió enseguida en una de las más luchadoras, aguerrida, los policías infiltrados sabían de ella, pero el que no perteneciera a ningún grupo les tenía despistados y por tanto, sin hacer ningún movimiento contra ella; es cierto que le habían tentado los comunistas de todo tipo, la LCR, el PCR (r), la ORT, y tantas y tantas siglas de partidos de la extrema izquierda; también se habían acercado los del PSOE (h), y los del PSOE (r), y los del PSP, pero tantas letras le mareaban a Camino y las caras de los que se les acercaban tampoco le gustaban, le recordaban mucho a los que se le acercaban babeando y con la única finalidad de echarle un polvo, eso si, intentando que no se notara. Su lucha era pura rebeldía, la exaltación de la revolución sin más finalidad que fastidiar a su padre y de paso a los que le habían impedido tenerle más a su lado.

Conoció a Juan en una de aquellas manifestaciones. Justo en el momento que un gris le iba a dar un porrazo Juan apareció y tras un golpe definitivo de hombro al guardia, evitó un moretón de quince días, después le agarró de la mano y tiró de ella, inmóvil por el golpe esperado y no recibido, calle arriba, a lugar seguro. Cuando acabó aquella loca carrera de la mano, exhaustos, se pusieron de cuclillas y de puros nervios se pusieron a reír como dos idiotas cómplices de su aventura de guerra, del valor que ella apreció y la mirada que él tenía que en nada se parecía a la de los buitres que merodeaban a Camino. El vio mucha mujer, porque Camino sin ser ni muy alta ni muy baja era muy atractiva, una mujer en la línea justa en la que igual podía ser una pija o una progre, con la carga necesaria para no pasar desapercibida y no asustar con su presencia.

En un bar cercano, compartiendo unos vinos hablaron y hablaron, se contaron sus vidas como si sus vidas fueran muy largas, se empezaron a gustar y empezaron a encontrarse, empezaron a sentir que compartían algo más que sus deseos de lucha.

Y aquella misma noche se acostaron. Tampoco esta vez fue una de las mejores experiencias de Camino, pero le atraía tanto aquel hombre, se sentía tan segura con él a su lado, que se juró a sí misma que esta vez tendría la paciencia necesaria para no olvidarle después de la primera experiencia fallida.

© 2009 jjb


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