lunes, 25 de mayo de 2009

Camino /13

Después de comer, una llamada le hizo olvidar aquel libro que retomó por la tarde noche americana, los días despiertan antes allí y se acuestan también antes, parece que el sol estuviera mas tiempo en aquel continente, y aquellos libros le hacían transportarse a sus recuerdos, a su tierra, pero por una indefinible desviación profesional ya estaba pensando cómo haría la presentación a sus alumnos, qué textos debía elegir, no pensó en ningún momento incluir los suyos, aunque por derecho deberían estar en su selección, pero seguía manteniendo el pudor que desde niño había heredado de su padre. El viejo republicano mantenía muchas de sus costumbres y ya había desistido hacía tiempo de enfrascarse en larguísimas explicaciones que distinguieran entre ser republicano en España y en Estados Unidos.

Aquel libro, continuando su largo viaje, fue de aquel pequeño pueblo de Nueva Jersey a la ciudad de Nueva York, tras un breve paso por el aula, donde sus alumnos conocieron lo último de la poesía española, finalmente fue a parar a las estanterías del pequeño despacho que Ildefonso compartía con otros compañeros de la cátedra y que era a veces testigo de profundas conversaciones sobre lo humano y lo divino. A veces, muchas veces, se hablaba de España, casi siempre con la preocupación de que jamás terminaría la dictadura, que nunca terminaría la locura, a veces también recreaban una España que no existía, porque la mayoría de ellos tenían un conocimiento tangencial de lo que estaba ocurriendo lejano a los intelectuales, lejano a la política y muy lejano a lo que era la realidad de los años de la guerra y la posguerra.

Sabían de la importante migración del campo a la ciudad, sabían de la no menos importante del campo a Alemania, a Bélgica, a Suiza, a Francia, a los países que tras la guerra mundial se habían visto favorecidos en su economía por el magnánimo plan Marshall americano, sabían también que el milagro económico español era parte debido a las remesas de dinero que enviaban a casa los emigrantes y parte al turismo que encontraba en España unos parajes únicos a unos precios absolutamente bajos.

Pero no sabían que todas esas cosas iban empapando en las jóvenes generaciones, que oían las historias de la guerra de sus padres, pero que querían vivir, que querían desembarazarse de fantasmas del pasado y veían que los turistas tenían otras costumbres, oían a los que estaban lejos hablar y no callar sobre la forma de vida en los países en donde estaban. Les costaba trabajo entender, viviendo en Estados Unidos, en el sitio en donde las mujeres habían empezado a trabajar en las fabricas, y asumir el papel de los hombres al entrar en la guerra mundial, que en Europa una mujer no pudiera abrir aún una cuenta en un banco sin permiso de su padre o su marido, o no poder viajar sin ese mismo permiso; y tantas y tantas cosas que pensaban que estaban cambiando en otros países, pero que ya habían concluido que en su España, o en la España de la que se habían apropiado los vencedores de aquella guerra cruel, jamás llegarían.


Aquel libro durmió algunos años en el estante de aquel despacho, de vez en cuando Ildefonso lo consultaba, a veces los operarios que limpiaban lo sacaban de su sitio para cambiar el polvo de sitio. Un día vino a despedirse uno de sus mejores alumnos, Peter Wallner, un fornido joven al que sorprendentemente le gustaba más la literatura que el deporte, mas la poesía que el fútbol americano; en un mes se iba a España, quería hacer un viaje por Europa antes de comenzar a trabajar, y había decidido en aquel largo viaje estar una buena temporada en España, de hecho, tras su paso por Madrid, quería estar al menos una semana en Córdoba, en casa de unos amigos que tenía allí. Ildefonso le felicitó por la elección, le deseó lo mejor, le exhortó para que de vuelta a los Estados Unidos fuera a verle para hablarle de España. Le quiso obsequiar con algo que le acompañara y se decidió por aquella Antología de la Nueva Poesía Española de José Luis Cano, que ya estaba empezando a dejar de ser nueva, toma, para que te empapes de España antes y después de llegar, gracias Mr. Gil, vendré a verle a la vuelta, muchas gracias.

Y se fue, y allí se quedó Ildefonso que pensaba con aflicción y nostalgia que se hubiera cambiado por aquel muchacho sin dudarlo, pensando en las ganas que tenía de pisar de nuevo aquella tierra, y con esa sensación amarga de querer volver al sitio que más amaba y en el que tan mal le habían tratado.

Amaba su tierra, odiaba todo lo que le recordaba aquellos días que sintió vergüenza de pertenecer al género humano y se había jurado que haría todo lo posible para que aquello no volviera a ocurrir nunca ni en su tierra ni en ningún lugar del planeta Tierra.

© 2009 jjb


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