martes, 5 de mayo de 2009

Camino /4

Camino era muy independiente y su amiga del alma era muy respetuosa con las costumbres ajenas, siempre que respeten las mías, decía, aunque sus costumbres siempre se adaptaban a las costumbres de los demás, en una simbiosis perfecta que pasaba por su terrible dedicación a la causa universal de que nadie se enfadara, lo cual le hacia ceder la razón en muchas ocasiones que sabía que la tenía. No era tonta, pero le encantaba hacérselo si con ello evitaba situaciones indeseables. Camino no era así, jamás perdía una ocasión para discutir por pequeña que fuera, le gustaba lanzarse a la yugular del que se atreviera a llevarle la contraria o comportarse con ella sin la debida educación. Había perdido partes de su piel en mil batallas, había sido malherida en otras tantas, le costaba mucho recuperarse, pero una vez que la piel crecía y olvidaba el dolor de las heridas, volvía con la furia del guerrero a reivindicar la educación y las buenas costumbres, o cualquier otra causa buena o mala.

Tú has hecho algo, le dijo su amiga y compañera a la que llamaba Jiménez no sin cierta sorna y desde que se conocieron, lo decía con un tonillo que a fuerza de repetirlo sonaba intranscendente, pero que recordaba las bromas de las aulas en formato alumna, y la intención de cambiar la rutina diaria.

Tantas veces había utilizado su apellido, que apenas recordaba su nombre de pila, y cuando oía su nombre y apellidos le sonaba extraño. Jiménez jamás dejó de llamarle Camino, ni siquiera con sorna, ni siquiera como reciproca venganza pueril por el retintín del que impregnaba aquel Jiménez que tanta gracia le hacía. Tú has hecho algo, le repitió al ver que Camino sacaba la mejor de sus sonrisa burlonas y se hacia un poco más pequeña simulando una postura infantil y temerosa, nuuuuuu, le decía en broma mientras Jiménez le zarandeaba intentando que confesara lo que no confesaría. Su juego duró poco porque enseguida empezaron los camareros sus paseos trayendo a la mesa lo que habían estado esperando tanto tiempo.


La palabra clave era salmorejo, despues un glorioso guiso de carne rebosante de especias y sabores, que dejaban un recuerdo lejano de barricas y vino, todo ello en un patio andaluz en el que todo, todo, tenía su función específica; el agua corriendo cerca del pozo, su frescor, el sonido de su recorrido y su choque mientras se decantaba en el borde de una fuente en la que la luz se reflejaba y se colaba por imposibles lugares. Todo estaba pensado para que sus sentidos, parte de ellos, se entregaran a aquella fiesta de la que disfrutaban en aquel momento y mucho más durante los largos días de invierno allí, en su ciudad, lo suficientemente grande para su provincia, lo suficientemente pequeña para no ser una gran ciudad, contándoselos a sus amigos, a sus familiares, a sus vecinos, y a todo aquel que quisiera oírles.

La comida estaba exquisita, pero debían volver al punto de reunión que les habían comunicado a sus alumnos, en donde les esperaba el autobús que les devolvería al hotel. Lo cierto es que no tenían muchas ganas, quizás por el vino, por la digestión de la comida, seguro porque no querían terminar aquella sobremesa especial que les había juntado en un sitio especial de una ciudad maravillosa. Pero no había más remedio.

Camino tiró de ellos, con su eterno recurso de las palmadas que lo mismo servían para encauzar jóvenes que mayores, alumnos que profesores y que automáticamente activaba en cuanto la situación requería.

Allí estaban los primeros alumnos, faltaban aún bastantes que fueron llegando poco a poco antes de que llegara el autobús, subieron a él y los pocos que faltaban, desperdigados por las tiendas de caramelos contiguas. Una vez localizado el último despistado, que se llevó los abucheos de todos los que ya estaban sentados, profesores delante, alumnos detrás, salieron camino del hotel que podría ser el sueño de los jóvenes y la pesadilla de los mayores.

Hacía tiempo que tenían previstas las contingencias que un grupo numeroso de adolescentes podían producir. No es fácil manejar semejante cúmulo de hormonas a punto de rebosar, pero era parte de su trabajo y la experiencia también prestaba una ayuda a los conocimientos teóricos que recibieron en las aulas. La parte más importante del viaje para los chicos era la libertad de la que podían disfrutar. Con los años, y como ya disponían de esa libertad, era la posibilidad de compartir con sus compañeros, especialmente de otro sexo, sus experiencias durante unos cuantos días y los profesores sabían que les tenían que dar la apariencia de control, eran menores a su cargo y una cierta sensación de libertad que impidiera dos fenómenos siempre presentes, el rechazo de las normas por vía de los hechos y la rebelión organizada que tantos disgustos les había dado en el pasado con la dirección del centro. Aquella noche era la noche de la libertad para ellos, pero estaba medida y cuantificada.

© 2009 jjb


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