Muchas veces habían hablado Jiménez y ella sobre el mote que les habrían puesto, Camino le decía a Jiménez que le llamarían la “napias” porque tenía una nariz enorme, según ella, Jiménez le aseguraba que su nariz era de un tamaño normal y Camino sacaba su fino bisturí y le decía que su nariz podía oler un bacalao y dejarlo dulce, lo cual le hacia una tremenda gracia a Jiménez, tanto que olvidaba el mote. Jiménez decía que a Camino le llamarían la “collares”, porque le gustaba ponerse colgantes, collares, bisutería, nunca nada bueno, nunca nada caro. A Camino no le hacía ninguna gracia, porque ese era el apodo que tenia la mujer de Franco, a la que definía con vocación de caricaturista como un espíritu tuo.
Eran bromas de amigas, nunca sabrían los motes asignados por los alumnos, que posiblemente se hubieran heredado de generación en generación conservándolos desde que se los asignaron. Tampoco les preocupaba demasiado.
Jiménez volvió a la carga, ¿de verdad que no tienes nada que contarme?, tienes cara de felicidad, que no Jiménez, ¿no estarás embarazada?, ¡Jiménez!, uy hija, como te pones por nada, y ambas reían, pero a sabiendas que algo pasaba que Jiménez quería saber y Camino no quería contar. Cada vez quería más a Jiménez, como a la hermana que nunca tuvo, pero ni siquiera a su hermana le hubiera contado ciertas cosas que pertenecían a su universo propio, a ese pequeño rincón de locura al que nunca dejaría entrar a nadie, donde se encontraba a sí misma sin taras, sin cortapisas, sin servidumbres.
Contaba los minutos y por fin logró volver a su habitación del hotel, Jiménez me duele la cabeza, me voy a la cama, chica para tres días que tenemos para nosotras…, de verdad, voy a ver si se me quita, dame un beso anda. Y allí estaba, no se había quitado ni siquiera los zapatos, había ido a la maleta, sacado el paquete y de nuevo lo había desplegado en la cama en una forma prácticamente exacta a la que tenía anteriormente.
Las cuartillas estaban escritas con aquella caligrafía que le había extrañado y casi seguramente con una pluma, en la que se notaban los trazos de la tinta, los versos estaban cada uno en una cuartilla, algunas palabras carecían de sentido, o quizás no las interpretaba adecuadamente, no había entrado en ellos porque rastreaba como un perro de presa aquellas cuartillas, y no quería que se le escapase el más mínimo detalle.
Sabía perfectamente que esa no sería la última vez, era consciente de que después vería cosas que en la primera ocasión pasaban desapercibidas, pero era importantísimo escudriñarlo todo como si aquella fuera la última vez, por fin, decidió leer lo que ponía en la primera cuartilla.
Un tierno animalillo que comía…
Que se quedaba entre nosotros…
© 2009 jjb
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