jueves, 7 de mayo de 2009

Camino /6

La cena fue en un pequeño restaurante cercano al hotel, tenían libertad condicionada porque esa noche los alumnos la tenían libre y no debían alejarse demasiado del sitio donde podrían llegar las malas noticias. Siempre era agradable juntarse con aquel grupo de compañeros, exentos de sus respectivas parejas, los que las tenían, y por tanto sin la preocupación de atender a unos y desatender a otros; estaban fuera, desubicados, y con la única obligación de que no pasara nada y si pasaba actuar en consecuencia. Habían desechado la vieja teoría de los maestros de antes que evitaban salir del colegio para evitar situaciones de riesgo, los alumnos tenían que salir, ver cosas, socializarse en el sentido más humano de la palabra y se comprometía la asunción de ciertos riesgos que eran compensados con creces por las ventajas que tenía para los adolescentes. Sabían que de aquellos viajes podían surgir historias de amor, de sexo incipiente, de disputas y desórdenes, pero eso también podía ocurrir diariamente sin necesidad de salir de su lugar de residencia. Era el ejercicio de la libertad que los jóvenes disfrutaban como ninguna generación anterior había podido disfrutar y eso a algunos profesores les gustaba, a otros no, pero era un hecho irrenunciable. A Camino, carne de colegio de monjas, de orden estricto y toque de ángelus, le gustaba saber que las nuevas generaciones también le pondrían un mote, pero jamás le recordarían por una bofetada, un castigo injusto o un desprecio.

Muchas veces habían hablado Jiménez y ella sobre el mote que les habrían puesto, Camino le decía a Jiménez que le llamarían la “napias” porque tenía una nariz enorme, según ella, Jiménez le aseguraba que su nariz era de un tamaño normal y Camino sacaba su fino bisturí y le decía que su nariz podía oler un bacalao y dejarlo dulce, lo cual le hacia una tremenda gracia a Jiménez, tanto que olvidaba el mote. Jiménez decía que a Camino le llamarían la “collares”, porque le gustaba ponerse colgantes, collares, bisutería, nunca nada bueno, nunca nada caro. A Camino no le hacía ninguna gracia, porque ese era el apodo que tenia la mujer de Franco, a la que definía con vocación de caricaturista como un espíritu tuo.

Eran bromas de amigas, nunca sabrían los motes asignados por los alumnos, que posiblemente se hubieran heredado de generación en generación conservándolos desde que se los asignaron. Tampoco les preocupaba demasiado.

Jiménez volvió a la carga, ¿de verdad que no tienes nada que contarme?, tienes cara de felicidad, que no Jiménez, ¿no estarás embarazada?, ¡Jiménez!, uy hija, como te pones por nada, y ambas reían, pero a sabiendas que algo pasaba que Jiménez quería saber y Camino no quería contar. Cada vez quería más a Jiménez, como a la hermana que nunca tuvo, pero ni siquiera a su hermana le hubiera contado ciertas cosas que pertenecían a su universo propio, a ese pequeño rincón de locura al que nunca dejaría entrar a nadie, donde se encontraba a sí misma sin taras, sin cortapisas, sin servidumbres.

Contaba los minutos y por fin logró volver a su habitación del hotel, Jiménez me duele la cabeza, me voy a la cama, chica para tres días que tenemos para nosotras…, de verdad, voy a ver si se me quita, dame un beso anda. Y allí estaba, no se había quitado ni siquiera los zapatos, había ido a la maleta, sacado el paquete y de nuevo lo había desplegado en la cama en una forma prácticamente exacta a la que tenía anteriormente.

Las cuartillas estaban escritas con aquella caligrafía que le había extrañado y casi seguramente con una pluma, en la que se notaban los trazos de la tinta, los versos estaban cada uno en una cuartilla, algunas palabras carecían de sentido, o quizás no las interpretaba adecuadamente, no había entrado en ellos porque rastreaba como un perro de presa aquellas cuartillas, y no quería que se le escapase el más mínimo detalle.

Sabía perfectamente que esa no sería la última vez, era consciente de que después vería cosas que en la primera ocasión pasaban desapercibidas, pero era importantísimo escudriñarlo todo como si aquella fuera la última vez, por fin, decidió leer lo que ponía en la primera cuartilla.


Un tierno animalillo que comía…
Que se quedaba entre nosotros…

© 2009 jjb

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