viernes, 22 de mayo de 2009

Camino /12

Pilar no sólo le dio una luz al fondo del túnel, pasaban los años, y también le dio cuatro hijos, a los que sólo un milagro podía explicar cómo los iban sacando adelante a base de clases y más clases. Pascual Martín Triep, periodista, fotógrafo, gastrónomo y hombre de bien, le dio la mano para que fuera una temporada administrador de El Heraldo de Aragón.

Sus contactos con los intelectuales que quedaban de aquellos años de luces eran escasos, pero existían, su obra poética y su obra en prosa seguía apareciendo con cuentagotas, con los problemas que un proscrito tenía en aquella sociedad de ganadores y vencidos. Querían, cuando la D de sus papeles estaba a punto de desaparecer por la introducción del nuevo Documento Nacional de Identidad, que acatase los principios fundamentales del Movimiento, y seguía haciéndose aquella vieja pregunta que se hacía cuando estaba entre los muros de la cárcel ¿Cómo puede un poeta ser desafecto a nada? ¿Cómo puede un poeta dejar de estar con la mente en movimiento? dudas y dudas y la marca indeleble en los papeles y en el alma, y Pilar queriendo quitar hierro a esos fantasmas que de vez aparecían y que normalmente se resolvían con una sonrisa y una caricia y esos versos, sazonados en madurez, con la huella de la tristeza marcada en la métrica y en las esdrújulas.

Ildefonso seguía pensando que su vida había sido como la del niño de “Cinema paradiso”. Le seguía gustando el cine mudo y el teatro y sobre todo, por encima de cualquier otra cosa, le gustaba vivir. Y un día, harto de que nadie le hiciera caso, harto de que nadie quisiera publicarle, harto de una D y de unos hombres que tenían sólo ganas de odiar y de matar y después de hacerle la vida imposible a los que antes había humillado, haciéndole caso a su amigo Francisco Ayala, Ildefonso le dijo a Pilar que se iban y se fueron en un barco, poniendo un océano por medio de los que le habían matado en vida, saliendo de aquel horror que duraba tanto y que no quería para sus hijos, buscando en la distancia estar mas cerca de aquella España que amaba y que no reconocía en su tierra.

Se fue a Estados Unidos y allí empezó a dar clases de literatura española en la City University de New York, a un pequeño pueblo de esa Nueva Jersey en la que nunca pasa nada, desde donde iría a dar clase en Nueva York y en donde Ildefonso pudo también retomar su obra que jamás había dejado, sentar sus ideas, tener su quinta hija, a la que llamó Victoria como a la hermana que recordaba diariamente y allí, pudo poner lo que jamás había tenido desde hacía mucho tiempo y tanto necesitaba para tener la paz de espíritu necesaria para seguir su obra, la rutina del aburrimiento, la repetición diaria de hechos intranscendentes, con la certeza de que no habrá más sobresaltos que el pinchazo de una rueda, una nube de verano o un accidente en un pueblo cercano. Sabe Dios que no hay nada más aburrido que Nueva Jersey, tan cercano a la locura de Nueva York y tan lejos de sus problemas.

Allí Ildefonso preparaba sus clases, veía crecer a sus hijos, hablaba con su mujer y escribía lo que después sería su obra. Cada libro que le llegaba de España era un profundo regalo que le llegaba de su tierra, la que tanto añoraba y tanto le dolía.


Y ayer le había llegado un paquete a la oficina de correos que fue a buscar con diligencia de amanuense. Eran libros que aún olían a tinta, que a Ildefonso le olían a España y a alimento, que le hacían congraciarse con el mundo un poco, sólo un poco, unas ediciones de libros de nuevos poetas, unas reediciones de novelistas que parecían querer asomar la cabeza ante la feroz censura, y se quedó con uno al que una mano amiga había puesto un papel doblado sobre la cubierta, en esa nota ponía un escueto “estás tú”, y buscó en las páginas de aquel libro de la editorial Gredos de nombre Antología de la Nueva Poesía Española, con una novísima edición y buscando allí se encontró con el milagro de que aún con la censura, alguien había incluido en una antología de la nueva poesía, un viejo poema a su hermana Victoria. Pilar le llamó en ese momento para ir a comer, buscó algo para marcar la página donde estaba su obra, no encontró nada y coloco allí un lápiz como marca.

© 2009 jjb

votar


Add to Technorati Favorites

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo también quiero ser como el niño de "Cinema Paradiso",me gusta ver pasar la vida en blanco y negro....pero también quiero perseguir mis sueños aún llenos de color....me gusta Ildefonso....y me gustan los libros....

Anónimo dijo...

Cuando estos días leía tu blog me sorprendía del cambio experimentado en la historia de Camino. El clima amable, ilusionado, confiado, que trasmitía Camino los primeros días había dejado paso a una atmósfera triste, dolorosa, donde el miedo se agazapaba en cada recodo de la palabra. No me gustaba lo que me hacía sentir.
Hoy sorprendentemente, la historia da un vuelco y empiezo a entrever dónde pueden encontrarse el antes y el después, el miedo y la confianza, la poesía con la poesía, la vida con la vida.

Un saludo.