miércoles, 20 de mayo de 2009

Camino /10

No sabían si escucharle o seguir besándole, se les notaba que habían llorado ya su muerte y estaban celebrando su vuelta a la vida. Querían saber todos los detalles, pero querían sentirle vivo. Él les mentía, estaba empezando a instalar las mentiras en su vida y no le gustaba, eran mentiras piadosas, terapéuticas, menores, con el único fin de no hacer sufrir a los suyos, o que no le hicieran hacer sufrir a él el peso de la justicia de tantos jueces individuales que se creían con el poder de intervenir en la vida de los demás. La primera victima de todas las guerras es la verdad y en él se estaba instalando esa mentira pequeña, esa suplantación de la verdad indigna, la alteración de aquello que duele y hace que a los demás les duela.

¿Y ahora qué? era la pregunta que ninguno de los tres hacía, su madre, que había sufrido más de lo que había recibido y seguía sufriendo, con su mente práctica de madre, sacó sus reservas exiguas y se las ofreció a su hijo. Él, con ese hambre profunda que sólo se conoce tras días sin ingerir alimento, volvía a mentir, no madre, ya comeremos luego juntos, no, come, menuda cara tienes hijo, ya comeremos luego todos, y él, intentando amainar la naturaleza, sofocando su ansia de devorar aquellas pequeñas reservas que probablemente fueran fruto de colas, de cartillas de racionamientos, de disputas y oprobios, comía parsimoniosamente como si fuera un ingles tomando las pastas del té, y sofocando la llamada de su estómago que reclamaba más premura y más alimento.

¿Y ahora qué? tengo que ver a los amigos madre, tengo que ir a ver a Pascual, ponerme al día, no te preocupes madre, y tengo que ir al cuartelillo de la Guardia Civil lo antes posible, mañana a más tardar. Todo se andará, ya lo verás. Y su madre le puso al día de las desgracias de la familia y Antonia le puso al día de las desgracias de los amigos. Maldita guerra que sólo traía desgracias y más desgracias y que continuaba alejada de su tierra, pero cerca y potente en Madrid, en donde había dejado tantos amigos. Pero Madrid estaba tan lejos ahora que sólo podía escuchar la llamada de la supervivencia y era muy consciente que a pesar de las palabras a su madre y a su hermana, a pesar de haber salido de aquel laberinto tétrico y atribulado que era la cárcel Seminario, sobre él pesaba la losa cercana de la visita a la Guardia Civil que le aterrorizaba y también aquella D marcada a fuego en sus documentos..

Su ropa eran unos andrajos, su madre sacó ropa suya de antes y parecía de un hermano dos veces mayor en volumen; un arreglo allí, otro arreglo allá, sacó también la ropa de su marido, que tenía peor arreglo, pero no estaban los tiempos para ser un figurín y cualquier ropa valía para cubrir el expediente. Y así, con su ropa recién arreglada se acercó al Cuartel de la Guardia Civil, temprano a la mañana siguiente de su salida.

Las miradas de los guardias fueron premonitorias, el sargento que le recibió llevaba su uniforme por castigo, estaba sentado, había un par de sillas, pero no le invitó a sentarse. Tenía en las manos su documentación que le había dado a los guardias de la puerta, junto con la carta cerrada que le tenía que entregar; se había tomado su tiempo en leerla, porque cuando entró al despacho Ildefonso llevaba ya más de media hora esperando, y estaba claro que lo que aquel hombre había leído le había dado alas.

Le habló de los rojos, le habló de que carecían de derecho a la vida, le habló de que por si él fuera otra solución habría, le dijo que se tendría que presentar ante él cada quince días y le dijo muchas cosas más, ninguna de ellas agradable, ninguna de ellas tranquilizadora, y ahora vete rojo de mierda, parecían ser sus últimas palabras, pero no, cuando Ildefonso estaba a punto de salir por la puerta le oyó en su tono de filipica que había utilizado, ah, y te tienes que presentar en el Gobierno Civil, sección de funcionarios, yo les haré llegar la carta.


Salió a la calle después de haber oído toda aquella perorata, repetición de la del director de la cárcel, sabiendo que no sería la última, y esperando que el tono no aumentara más si es que fuera posible aumentarlo. Y siempre le quedaba algo más, era funcionario, y le llamaban desde el sitio oficial donde se administraba la función pública, pero estaba seguro que no era para que se reincorporara a su trabajo ¿o si?, que sé yo, lo que le sorprendía era que incluso en tiempos de guerra seguía funcionando la burocracia, sórdida, agresiva, belicosa, pero seguía su rueda infernal en la que todo necesita un trámite y un papel.


© 2009 jjb


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