martes, 26 de enero de 2010

Hablar por hablar /32

Y así seguirán vivos en nuestro recuerdo y en el de todos los que les conocieron y les apreciaron.

No sé si llegarás a leer esta carta, soy consciente de tu dolor, también de tu entereza. Sólo quisiera hacerte llegar mi comprensión, mi cariño y mi solidaridad y este grito pacifico y silencioso que me libera y me los devuelve. La seguridad de que todo se transforma pero que nada se destruye.

Estoy seguro que a tu lado habrá muchas personas que te darán los cuidados y el amor necesario. Estoy seguro que verás la luz al final del túnel. Sé que es difícil encontrar palabras cuando todas nos parecen pequeñas, o cortas o sin sentido ante problemas que parecen insolubles, ante situaciones que son muy duras y sobre todo que nos desbordan y nos traspasan. Sólo quiero decirte que en la lejanía, desde la distancia que dan los años y las circunstancias, aunque sé que nunca nos veremos, me encuentro muy cerca de ti y me gustaría haberte servido para que esa carga que llevas fuera un poco más liviana, fuera más llevadera. Sé que no soy nadie para dar consejos, que carezco de fuerza moral para hacerlo. Sólo he querido que sepas que no estás sola, que todos los que están a tu alrededor te darán lo mejor y los que no lo estamos también estamos contigo.”

Y cerró la carta con esa sonrisa que le había quedado en un difícil equilibrio entre la tristeza y la esperanza. No comentó nada como esperaban los que la observaron leer la carta con parsimonia. La guardó en el sobre y dijo “vámonos al parque”. Y allí se fueron sin que mediara palabra en el camino, sin bajar la vista ni un solo segundo. Allí en el parque, en el mismo sitio en que se había reencontrado con la vida, en el lugar en que empezó a perdonar ligeramente al mundo que había sido ingrato, en el banco que fue testigo de ver la ingenuidad, la naturalidad, la vida sin afeites. Allí volvió de nuevo a ver a Joaquín en los juegos de los niños, en los árboles, en las carreras y en los gritos. Le reconfortó la certeza que allí donde hubiera vida, allí donde la gente hablara, pecara, comiera, durmiera, riera… allí estaba él, a su lado, como siempre, inventando historias inverosímiles, surcando el cielo con un corcel, navegando entre mares y tormentas, subiendo a la cima del mundo en globo y bajando a las más recónditas simas sin miedo al peligro y a la nada. Allí, en aquel rincón de la ciudad en el que la vida estaba más presente que en ningún otro sitio, allí la madre de Joaquín encontró lo que se le había perdido.

De pronto aquella niña que se acercaba a su banco cuando ella quería, normalmente cuando estaba sola, se acercó al banco, le cogió la mano, la miró con su mirada de niña. Con esa mirada que a veces le daba la impresión que era el preámbulo de una travesura, con los ojos limpios y muy abiertos y le preguntó: ¿quieres jugar conmigo?


© 2009 jjb

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y vivimos viendo en la vida que continúa a los que ya no están,y nos dejamos llevar por recuerdos y emociones,y a veces...muchas veces...los sentimos a nuestro lado

Anónimo dijo...

Gracias amigo