jueves, 14 de enero de 2010

Hablar por hablar /24

No le gustaba ir tan elegante. La corbata era una especie de tortura, el traje parecía una armadura, la camisa era demasiado nueva. Iba como un autómata camino de casa de Ana maldiciendo las bodas y la ropa de ir a las bodas.

Ana estaba preciosa. Ésa era la parte que más le gustaba de las bodas. En general lo guapas que se ponían las chicas y en concreto lo guapa que estaba siempre Ana. Le sorprendía siempre, en cada boda que iba, lo diferente que iba y lo atractiva que estaba. No era una mujer que se gastara mucho dinero en ropa pero tenia buen gusto y sabia aprovechar sus virtudes y disimular sus defectos. Y la verdad, el resultado era magnífico. Puso cara de sorpresa al verla. Le dio dos vueltas sobre su propio eje imitando una postura de ballet. Y ella entre divertida y abrumada por la exageración de Joaquín, también le decía lo elegantísimo y guapo que iba él. Pasados aquellos momentos de exaltación mutua pasaron a la parte más dura.

No te apoyes en la espalda que arrugas la chaqueta, por favor no muevas mucho las piernas que los pantalones también se arrugan. Ana, por el amor de Dios, eres peor que mi madre. Sí, pero si no te lo digo llegarás hecho un adefesio, y vas muy bien. Si quieres conduce tú. ¡Sí hombre! y arrugarme el vestido. De eso nada, pero ni se te ocurra apoyar la espalda en el respaldo.

Lo sabía, y aguantaba pacientemente la perorata. A veces se le olvidaba y se ponía en la postura natural para conducir y Ana jamás bajaba la guardia. Atacaba de nuevo y no perdonaba ni el más mínimo intento de tener una postura normal.

Por eso prefería ir con acompañantes, porque con ellos Ana sólo le hacía las dos primeras indicaciones, de manera suave y desistía a la tercera para no parecer pesada a los testigos. Joaquín se debatía entre conducir con calambres y escuchar a Ana mientras seguía sufriendo el uniforme de ir a las bodas. Y se preguntaba que hacía él yendo a una más con lo a gusto que estaría en casa viendo el fútbol.

Después la liturgia, los cigarros fuera de la iglesia a la espera de los novios, el arroz, los besos, las risas. Era una capilla muy pequeña. Una antigua ermita cercana al restaurante donde lo iban a celebrar. Tan pequeña que era la excusa perfecta para no entrar dentro y esperar como siempre fuera junto a otros amigos, mientras Ana estaba dentro con el resto de los invitados.

No había que dar excusas y al que menos al novio, que en esta boda no había compartido las afueras de la iglesia con ellos. Se encendió un cigarro nada más salir y no se separaba ni un segundo de la novia que estaba guapísima. No hay novia fea, recordó Joaquín que era una de las letanías de su madre y parecía cierto. Que follón se montaba a la salida. Sólo de pensar cuando le tocara a él se ponía enfermo, pero aún quedaba y en aquel momento era implacable utilizando el arroz como arma arrojadiza.

Después el cóctel previo, buscar los mejores lugares en las mesas, propiciando la cercanía a los mas amigos, buscando eludir a los más pesados, el rito de la comida, los diferentes vinos, el pescado, la carne…
La enorme tarta salió transportada por una escuadra de camareros. Los muñecos coronaban los seis pisos de tarta que cortaron a los acordes de la marcha nupcial de Mendelsson, que sonaba enlatada a través de los altavoces que flanqueaban la sala. Una espada árabe, dorada, que sería una maldición en cada uno de los traslados, limpiezas y reorganizaciones de su casa. Porque era lo suficientemente horrible como para tirarla, pero lo convenientemente cargada de fuerza sentimental como para hacerlo.

© 2009 jjb

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