lunes, 11 de enero de 2010

Hablar por hablar /21

Despertó como si hubiera pasado un año. Como si se hubieran quemado todos los muebles viejos en la noche de San Juan, como si se hubiera liberado de una carga que le había pesado demasiado.

Tenía esa sensación que tenemos a veces de ser felices sin saber por qué lo somos, sin tener razones apabullantes para serlo. Con ese regustillo de haberte conciliado con el mundo sin que haya motivos ni fundados ni difusos para estarlo.

Por eso lo cotidiano fue más llevadero. Vio sonrisas que antes no notaba. Vio gestos que antes no apreciaba. Encontraba razones para apreciar más lo que apreciaba y razones para seguir detestando lo que detestaba. Tenía el mismo sueño que siempre que trasnochaba pero era un sueño más llevadero. Era una sensación distinta, una nueva dimensión que ya había conocido antes pero que ahora no quería racionalizar, sólo disfrutar y permanecer ajeno a esa ola de felicidad transitoria y efímera.

Tenía también esa necesidad de contarle a todo el mundo las razones que le llevaban a ese momento de nirvana pero sabía que sus razones sonaban huecas al contárselo a otro, que a veces le miraban con ojos de éste está loco y otras con cara de no tendrá mejores cosas que hacer. Por eso callaba y sonreía con esa sonrisa tonta que se le quedaba y esa isla emocional que le proporcionaba el sentirse feliz sin tener razones inmediatas para serlo.

Por lo demás fue un día normal, anodino, sólo alterado por una llamada de Ana a última hora de la mañana. Esa fue la razón para que se le borrara la sonrisa y diera por terminada la sensación eventual de felicidad. Le recordaba que el sábado tenían otra boda, otra, y eso ya no le hacía tanta gracia ni ilusión como a las primeras a las que fue.

Era repetir lo mismo, saludos, besos, abrazos, santificar la pareja, más besos, más abrazos, el ágape, las risas, las mismas bromas, la corbata que pesa, bailar, no beber que no está el asunto para bromas, más baile. Y a las tantas volver de donde estés que siempre está lejos, llevar a Ana y volver a casa. La verdad es que no le hacía ninguna ilusión pero no había más remedio. Ya no cabían ni excusas, ni enfermedades, ni nada. Había que ir y era el año de las bodas.

Así que esa noticia heló su sonrisa y enmudeció un estado de ánimo proclive al optimismo en otro cercano al derrotismo, pero con las mismas mínimas razones en las dos cosas. Le resultaba curioso a veces pensar como se puede cambiar de ánimo por pequeños detalles y pasar de ver la botella medio llena a verla medio vacía. Pero ya no encontró sonrisas que no veía. Ya no escuchó palabras que le gustaran y todo volvió a vestirse de gris tirando a gris marengo, casi casi como todos los días, pero con el recuerdo de que tuvo al menos unas horas de extraña y diminuta felicidad que apenas le duro unos momentos, unos instantes.

Absorto en sus pensamientos. Quejándose de su etapa de acompañamiento de novios. Acordándose a ratos de la experiencia radiofónica nocturna. Pagando las consecuencias a veces y materializándolo en bostezos, en zozobras, en ese peso latente en la cabeza, fue pasando el día que parecía de Año Nuevo al principio y se convirtió en Nochevieja después. Dentro de un rato vería a Ana y se le acabarían las razones para quejarse oyendo la interminable lista de cosas por hacer para poder casarse ellos.

La tarde siguió el orden natural de las cosas. Desistió de contarle a Ana lo que había pasado la noche anterior en la radio. Se quejó levemente y sabiendo de la inutilidad de su queja de la boda del sábado. Volvió a casa y estaba tan cansado que apenas cenó y se fue a la cama a una hora en la que no había riesgo de que le entrara la tentación de escuchar la radio. Y se durmió casi de inmediato.

© 2009 jjb

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1 comentario:

Anónimo dijo...

<bienvenido...ya te echaba de menos..