jueves, 21 de enero de 2010

Hablar por hablar /29

Los días seguían su rutina, sólo interrumpida por ese entreacto, ese paréntesis, en el que sacaban a la madre de Joaquín al parque. Poco a poco le iba gustando la idea de ir a aquel parque. Poco a poco lograba salir de su laberinto para pensar en el parque y en las sensaciones que en él tenía.

El calor, el viento, la luz, el bullicio de los niños, rara vez la lluvia, el tiempo justo para salir apresuradamente de allí. Pero recordaba a aquella niña, aquella niña que se acercaba al banco cuando estaba ella sola. Le hacía pensar en otras cosas. Le hacía incluso evocar la figura de Joaquín cuando tenía su edad. Rememorar cosas que la tristeza le había hecho olvidar. Restaurar certezas que había abandonado al querer abandonar el mundo, al desterrar la vida como se conoce de su vida, al sufrir el tremendo desgarro, al suponer que sin duda era culpable de algo cuando la vida le había tratado tan mal. No encontraba razón alguna para ser merecedora de tanto sufrimiento. Y no la encontraba porque no había ninguna. Pero en ese laberinto se perdía y quería abandonarse salvo cuando pensaba en aquella niña que no le decía nada, pero que se sentaba a su lado y la miraba.

El día lo superaba pensando en los momentos que vivía en el parque. Su vida seguía careciendo de sentido para ella pero al menos había surgido una pequeña ilusión, una mínima ilusión, una paupérrima razón. Aquel parque, aquel banco.

Día a día los que estaban a su alrededor veían lo que aquel parque conseguía, lo que la ausencia de alguien a su alrededor conseguía. La fuerza de aquello era infinitamente superior a terapias, a palabras, a teorías y prescripciones, y aplicaban aquella bendita medicina sin restricciones.

Aquella niña se acercaba al banco y miraba a la madre de Joaquín. Un día acercó la mano buscando la suya y con la mano cogida pasaron minutos. Quizás fue sólo una mala percepción, quizás no, no lo se. Pero parecía que de los ojos de la madre de Joaquín surgía una lagrima, una sola, que surcaba su cara y se perdió en la arena del parque no muy lejos de sus pies.

Una lágrima es un océano cuando ya no te quedan más por haberlas gastado todas en tu desesperación. Una lágrima, aquella lágrima, era una promesa de vida. La certeza de que las cosas, los organismos, los órganos, las funciones, adquirían un poco de normalidad. Las cosas volvían a su cauce y aquella lágrima era la avanzada del cauce de las cosas.

Aquella niña con su mano entrelazada con la mano de aquella mujer con aspecto tan triste la mirtó y sonrió. Sólo sonrió, sin decir una sola palabra, sin pedir nada a cambio, sin negociar futuras concesiones. Sólo le regaló una sonrisa y quizás… no lo se, no me hagas caso, quizás la madre de Joaquín le devolvió un amago de sonrisa. Un pequeño gesto similar a una sonrisa, lo más parecido a una sonrisa que meses de desesperación podían asimilar. Pero una voluntad de comprender que aquella pequeña mano era una invitación a la esperanza, era un preámbulo de la vida. Quizás fuera también, quizás pudiera ser, el mensaje que estaba esperando sin ella saberlo, sin esperarlo, sin esperanza, sin nada. Porque en esa sonrisa, en aquella mano, en aquel momento vio lo que durante tiempo había invocado y no había querido imaginar.

Aquel momento desapareció cuando la niña salió corriendo de la misma forma que llegó, sin previo aviso. Pero daba igual, ya había quedado el poso. Ya había notado la vida de aquella niña en su mano. Ya había visto que a pesar de lo que ella hubiera deseado, la vida no se había detenido y seguía vigente en todas sus formas.

© 2009 jjb

votar

Add to Technorati Favorites

No hay comentarios: