martes, 12 de enero de 2010

Hablar por hablar /22

Se levantó a su hora, sin resistencias, para satisfacción de su madre que sin embargo estaba extrañada. ¿Te encuentras mal?. Para un día que me levanto bien y me preguntas eso, no te entiendo. Y risas, y pocas prisas, tranquilo, poco a poco, sin sentimiento de culpabilidad. Mamá el sábado tenemos boda. ¿Me puedes planchar los pantalones del traje?. Claro cariño, le daré un repasito al traje. Pero por el amor de Dios, cómprate una camisa blanca y dime qué corbata te pondrás. Está bien, hoy lo haré, me pondré la corbata rosa. Bien, la veré a ver como está. Vamos que aunque te hayas levantado bien vas con el tiempo justo.

Toda la mañana la pasó pensando en su madre. Tenía una especial habilidad para poder hacer su trabajo, monótono, reiterativo, y pensar en cualquier otra cosa. Y aquella mañana sin nubes le dio por pensar en su madre. El pensar era una constante en su vida. Pero además ella era una colección de constantes. Por ejemplo, jamás decía que no, jamás desde que pudiera recordar le decía que no a nada. Y no sólo eso. se adelantaba a sus peticiones y no sabía como lo hacía. También pensaba en todas las veces que le había advertido de personas, situaciones y cosas, y como el había discrepado y como finalmente ella tenía razón.

Entre recuerdos y certezas, entre asientos y aclaraciones, entre facturas y albaranes, dimes y diretes, se fue afianzando en la mañana y consumió el turno de recreo en casa y volvió al trabajo. No sin que antes su madre le volviera a recordar que la camisa fuera blanca y de manga larga. Que sí. Y por la tarde más de los mismo. Una llamada, vamos a comprar una camisa. Cada vez me apetece menos ir a las bodas. Siempre estás con lo mismo y luego bien que te ríes con tus amigotes, y además ¿tú qué quieres?. Que nadie venga a la nuestra.¡ Venga, venga!

Tenía razón Ana, como siempre. Pero en fin,¡ qué pocas ganas tenía! No había más remedio, y no había más remedio que prepararse.

Fueron a una tienda que Ana había visto. Después a otra y por fin se juró que no volvería al Corte Inglés, pero que fueran esta vez. Pero si eres tú el que declaró el boicot. Sí, pero no estoy dispuesto a dar mil vueltas, es la última vez. Lo que tú digas rey, dijo Ana con retranca. Y él refunfuñó y hacia allá fueron para comprarse dos camisas blancas, una corbata rosa muy chillona y salir bufando como el gato por el agobio que le suponía tanta gente y tanta tienda. Ana sonreía pacíficamente y le aconsejaba con escaso éxito.

¿Quieres que vayamos al pub pare ver a tus amigos?. ¿Mis amigos?, y los tuyos. Bueno, nuestros amigos, pero suena a cursi. Además son más amigos tuyos que míos, por las gamberradas que habéis hecho juntos, y así preparamos la boda con ellos. Se casan en las afueras y lo mismo nos interesa ir con alguien o tenemos que llevar a alguien. Vamos.

Allí estaban todos, o casi todos, entre risotadas y golpes de complicidad demostraban la alegría de verse. Celebraban la última broma perpetrada o el último chiste contado. Quizás un mal resultado o quizás lo último que compartieron. Muchos habían ido cayendo como Joaquín decía. Se habían casado y aún seguían haciendo vida de solteros en pareja porque aún no habían aparecido los niños. Ésos que sí hacían que su vida cambiara, que sus costumbres se alteraran, que nada fuera como antes. Ni mejor ni peor, distinto.

© 2009 jjb

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