viernes, 15 de enero de 2010

Hablar por hablar /25

Después los brindis, después el acoso infantil con la firma de las cartas, después la procesión de saludos y entrega de sobres. Más tarde las fotos, los puros para ellos y los cigarrillos rubios para ellas. Jamás entenderé por qué ellas deberían fumar rubio. Todo ello mientras los camareros ponían la copa de champagne y el café. Todo en un tremendo y ensordecedor barullo de voces, un estruendo que iba subiendo de tono para poder ser oído y equiparar la voz al ruido ambiente.

Ellos cortaron la corbata del novio, que no fue verdad porque previsoramente llevaba una corbata vieja preparada que fue la que se decapitó. Los trozos se vendieron mesa por mesa con éxito, a veces forzado para que los más remisos se rebuscaran en el bolsillo. La liga de la novia también salió a la venta pero las chicas consiguieron menos, posiblemente porque sus métodos eran menos resolutivos.

Tras los brindis, tras entregarle a los novios el dinero recaudado con la venta, tras el último sobre que entró en los abultados bolsillos de la chaqueta del novio, la pareja recién santificada se fue a pagar la fiesta a un despacho del restaurante. Allí aclararon las cuentas y recibieron un regalo inesperado del gerente. El dinero restante, que no era poco, fue al bolso de la madre de la novia que no se levantó de su silla ni se separó del bolso ni un solo segundo después de ingresar el dinero hasta que su marido le dijo que ya se iban.

Y cuando los novios volvieron de tanto tramite, les esperaba un vals que bailaron con torpeza y risas tímidas, por su parte continuadas con risotadas evidentes de sus amigos. La tortura fue breve y aquel vals dio comienzo al baile propiamente dicho y a que se abriera una barra libre en donde corrió el alcohol sin mesura ni cálculos. Entre baile y baile, entre copa y copa, la noche fue discurriendo mientras los novios estaban cada vez más cansados y más presos de su propia boda y los demás dejaban correr la alegría de manera natural o con ayuda de las bebidas.

Ana y Joaquín hablaban con unos y con otros, Joaquín evitando lo que había ocurrido en el pub. De vez en cuando se acercaba a Ana y le daba un beso en los labios mientras le sujetaba la mano, una sonrisa, una palabra. Bailaron también a pesar de la manifiesta torpeza coreográfica de Joaquín que más que bailar se desplazaba despacio y con mucho riesgo.

Poco a poco, canción a canción, la noche iba pasando a marchas forzadas. Muy rápida para todos menos para la nueva pareja que cada cierto tiempo tenía que pasar nuevas pruebas añadidas a las que ya habían pasado, a los nervios y a la nueva situación, aún no asimilada del todo.

Ya era tarde. La barra se había quedado huérfana de copas, apenas quedaba nada que los más recalcitrantes agotaban sin hacer caso a que las mezclas son malas. La música sonaba ya de otra forma y los camareros mostraban ya sin disimulos que era inminente la hora de irse y que aquella fiesta estaba a punto de acabar.

Los novios se despidieron. Los amigos mantuvieron sus posiciones. Pero pronto unos se fueron, otros también y Ana le dijo a Joaquín un “nos vamos” que más que pregunta era ruego. Y tras las despedidas de rigor salieron a la calle donde el fresco de la madrugada les devolvió a la realidad. Joaquín pasó su brazo sobre los hombros desnudos de Ana, que agradecida con el gesto y el calor, se acurrucó junto a él mientras caminaban hacia el coche.

Él le abrió la puerta y le ayudó a entrar. Cerró su puerta y se fue a la suya. Hace fresco. Sí, menudo frío. Es casi de madrugada, refresca. Joaquín arrancó el coche, encendió las luces, se puso el cinturón y le recordó a Ana que se lo pusiera. Luego comprobó que todo estaba como debía estar, los frenos, el retrovisor, todo, y se pusieron en marcha de vuelta a casa.

© 2009 jjb

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