Rey de Castil

Existía una vieja querella entre el reino de León y el condado de Castilla, la disputa de la región fronteriza entre el Pisuerga y el Cea. Esta disputa se mantuvo en suspenso entre 1029 y 1035, ya que el rey navarro Sancho Garcés III era el dueño y señor de los territorios cristianos del norte de la península y el joven Bermudo III no tenía el poder necesario para oponérsele. Pero en 1035 falleció Sancho III el Mayor y Bermudo III aprovechó la ocasión para lanzarse sobre los territorios en disputa. Fernando I a la muerte de su padre, lo primero que hizo fue autoproclamarse como rey de Castilla, lo que no pudo por menos que escandalizar al rey leonés y provocar aún más su ira. Fernando I acabó de esta manera con el condado de Castilla e instituyó el reino, cuyo principal núcleo lo constituyeron siempre las tierras de la actual provincia de Burgos.
El rey leonés organizó una campaña contra Castilla; en primer lugar contrajo matrimonio con la última hija del difunto conde castellano Sancho García, llamada Jimena. El motivo de este enlace estaba en asegurarse partidarios dentro de Castilla y en prepararse unos buenos derechos sucesorios en el caso de que Fernando falleciese. Fernando por su parte era consciente de que Castilla no era rival para una hipotética coalición entre leoneses y navarros. Por otro lado, sabía que si Castilla tenía que ser fuerte esto no se conseguiría sino a base de aumentar sus territorios.
La muerte de Bermudo III, sin descendencia, dejó el reino de León en manos de doña Sancha, la esposa de Fernando I, el cual tomó el gobierno en virtud de los derechos de su mujer. El 22 de junio de 1038 el obispo Servando coronó a Fernando, en la iglesia de Santa María de León, como rey de Castilla-León, con el nombre de Fernando I. Esto supuso la primera unificación entre ambos territorios. Pese a que en un principio un amplio sector de la nobleza leonesa se negó a aceptar la unificación de los dos reinos, Fernando finalmente pudo imponer su criterio y su fuerza y ser reconocido por todos, castellanos y leoneses, como el legítimo rey.
Una vez asentado firmemente en el norte de la península Ibérica y convertido en el principal soberano entre los cristianos, además de haber logrado una relativa tranquilidad en el interior de sus reinos, Fernando I fijó su atención en los musulmanes del sur y el este. Aprovechó la desintegración del califato de Córdoba para extender las fronteras de su reino hacia el sur. Hacia el 1055 emprendió una campaña contra el rey de la taifa de Badajoz, Muhammad al-Muzaffar. Sus ataques a los debilitados reinos de taifas le reportaron, además de grandes beneficios económicos a través del cobro de parias, una notable posición autoritaria respecto de los reinos musulmanes más importantes.
La última campaña de Fernando I contra los musulmanes se dirigió contra el reino de Valencia, el único de los grandes reinos peninsulares que aún no había reconocido la soberanía

Tras el sitio de

En su testamento repartió el reino entre sus hijos: a Sancho II el Fuerte, su hijo mayor, le dejó el reino de Castilla; a Alfonso VI el Bravo el reino de León y Asturias; a García el reino de Galicia y los territorios conquistados en Portugal; a Urraca la ciudad de Zamora y a Elvira la de Toro.
Los hijos de Fernando I, principalmente Sancho II, se dedicaron a guerrear entre ellos. Sancho II, no respetó el testamento de su padre y arrebató Galicia a su hermano García en 1071, al cual hizo, en 1072, prisionero Alfonso VI. Posteriormente Sancho II atacó a su otro hermano, Alfonso, al que venció cerca del río Pisuerga e hizo encarcelar en Burgos. Por intercesión de su hermana Urraca, Sancho liberó al prisionero bajo condiciones, entre ellas que se retirara de la vida pública y no le disputase el trono. Alfonso, sin embargo, huyó a la corte del rey de la taifa de Toledo Abul Hassan Yahya ibn Ismail. A continuación Sancho tomó Toro y puso sitio a Zamora, ciudad que resistió el asedio durante siete meses hasta que Bellido Dolfos asesinó al rey castellano.
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