martes, 11 de agosto de 2009

Maribel / 30

Y de ahí no había quien le sacara, ni siquiera su hija era capaz de convencerle. A veces aparecían señales, pero las disimulaba con maquillaje o con palabras, era su marido, los trapos sucios se lavan en casa.

Una noche Joaquín venía con muy mal vino, quizás habría tomado más de la cuenta, quizás lo habría mezclado con otras cosas, el caso es que venía exultante, locuaz, extremadamente crítico con todo y la tomó con su hija mayor, su novio, su trabajo, todo era malo y ella no era precisamente muda y empezó a hacer exactamente lo que su padre quería que hiciera: enfrentarse a él y vaya que si lo hizo, tenía mucho guardado desde hacía mucho tiempo, pero cuando se estaba explayando y viendo que Joaquín estaba contando los segundos para ir a por su hija, Maribel dijo con voz segura y alta, Joaquín, ven un momento a la habitación. Su hija calló, Joaquín miró desafiante a su hija y después a su esposa y se fue con ella a la habitación. Entró detrás de ella, cerró y Maribel pudo decir lo que quería decir: a mi hija no. Eso fue el comienzo de la más brutal paliza que hasta entonces se había dado en aquella casa, Joaquín estaba fuera de sí y ya no ponía cuidado en no dejar señales, sólo le importaba hacer el mayor daño posible, con saña, con fuerza.

Según iba pegando iba aumentando su ansia de pegar, su cadencia de golpes, su brutalidad. Maribel encajaba uno y otro golpe sin caerse, sin llorar, sin entender por qué aquel día era distinto y aguantó hasta que en un momento determinado no pudo más, dobló las rodillas, recibió un tremendo puñetazo entre los ojos y perdió el sentido. Se desplomó, pero eso no fue suficiente para Joaquín que con ella en el suelo, le dio patadas hasta que se cansó y entonces le dijo, levántate, hija de puta, levántate, pero Maribel no podía ni levantarse ni oír aquellas palabras.

Y en aquel momento Joaquín entendió que se había excedido, seguía teniendo ganas de seguir pegándola, pero quizás se había excedido y ahora le miraba, con los ojos inyectados en sangre, con la mirada fija en la sangre que brotaba de la boca de Maribel con un chorro constante y fluido y creyó saber que la había matado y tuvo miedo, porque eso significaría tener que dar muchas explicaciones, porque ya nadie le defendería, porque tendría que ir a la cárcel, porque aquella hija de puta se iba a ir de rositas sin pagar por todo el daño que le estaba haciendo, sin apenas castigo, sin apenas responder y eso no le gustaba. Algo tenía que hacer y lo tenía que hacer ya.

Allí, aislado en aquella habitación, excitado por la violencia, necesitado de más, dudaba entre rematarla o pedir ayuda. No sabía aún si estaba viva o no, lo cual le permitía reducir su decisión a la mitad. Le golpeó despacio en la cara, le llamó varias veces, Maribel, Maribel, pero no contestaba, o estaba muerta o estaba muy herida. Ella era su gran problema y tomó una decisión, con el mismo tono de voz que había utilizado al entrar en casa dijo, niña, niña y su hija mayor entró en la habitación, vio a su madre y sin pensarlo se abalanzó sobre su padre gritándole, hijo de puta le has matado, hijo de la gran puta, calla, decía Joaquín mientras se la quitaba de encima, llama a una ambulancia y no la mováis. Empezaron los nervios y las carreras, llamada, aviso a las vecinas, la ambulancia que llegó, el médico que con cara de preocupación dijo que se la tenían que llevar ya, lloros de aquellas mujeres y Joaquín, que amparado en la oscuridad de la noche y en los descuidos de los nervios había desaparecido y nadie había reparado en ello, porque a nadie le importaba en aquel momento. Se fue dentro de aquella ambulancia, poniendo sonido a la noche y destellos de muerte en su camino, se fue acompañada de su hija que esperaba lo peor mientras sostenía su mano y la apretaba como si en ello le fuera la vida, se fue camino del hospital buscando ayuda, la que antes nunca había pedido y ahora tampoco.

© 2009 jjb

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