viernes, 14 de agosto de 2009

Maribel / 33

Un día le trasladaron a planta, otro día empezó a comer dieta blanda, otro le quitaron los tubos y cada vez estaba con mejor aspecto y mejor color. Tenía además apetito y estaba loca por que la dejaran andar aunque fuera un poquito. Pero el mejor síntoma era que hablaba. Y no paraba de hablar, como siempre, como nunca, con unas y con otros. No había enfermera ni paciente que no supiera de sus largas conversaciones más cercanas al monólogo que al diálogo, más llenas de palabras que de contenido, pero que le hacían olvidar los problemas a quien la escuchaba porque el problema era salvarse de aquella locuacidad.

Empezó a andar, un pasito, después otro, apoyada en sus hijas, con la fuerza de la ira y las energías que salían nadie sabe de dónde. Poco a poco, aquel pasillo de hospital iba perdiendo tamaño, paso a paso, en el camino directo hacia casa, en la dirección adecuada para retomar su vida. Otro paso, otro paso más, cansada y con dolores, se acostaba feliz y dormía como hacía mucho tiempo que no dormía, porque estaba viva y día a día recuperaba más libertad.

Durante todo ese tiempo nadie, ni Maribel, ni sus hijas, ni nadie habló de lo que había sucedido. La policía quería hacerle preguntas, pero las hijas les convencieron que su madre era la que menos sabía de todo aquello, pero tenía que declarar. Los médicos dijeron que lo que menos le convenía era reproducir aquella noche fatídica y por eso de aquel tema nadie hablaba.

Dentro de tres días le daremos de alta, su evolución ha sido sorprendentemente favorable y puede hacer una vida normal, sin excesos. El único exceso que había en la vida de Maribel era Joaquín y sus hijas, unida a la alegría del alta, empezaron a pensar en la presencia de su padre en la casa y se fueron a la comisaría en cuanto dejaron a su madre.

Su padre tiene que abandonar la casa, tiene una orden de alejamiento de su madre, no puede estar a menos de mil metros de ella. ¿Y cómo hacemos?, decirle que se vaya y si hay problemas avisarnos, si claro, que fácil es decirlo, no habrá problemas ya veréis y si no nos avisáis.

Las cuatro hermanas se dirigieron a casa. Poco hablaron entre ellas, pero se conjuraron de nuevo; esa noche su padre no dormiría en su casa, le gustara o no. Un poco antes de la hora a la que solía llegar, una de las gemelas bajó a la calle y a prudente distancia del portal esperaba la entrada de su padre. Cuando entró avisó a su hermana, que estaba en el balcón, con gestos y esperó a que le dijeran algo. Su hermana seguía en el balcón. Las dos mayores le esperan y le abrieron la puerta, te tienes que ir, mamá vendrá a casa y tu aquí no puedes estar, dejarme en paz, dijo, mientras pudieron olerle su olor a vino, quitar, si no te vas vamos a llamar a la policía, ya estás avisado, y cuidadito con lo que haces, zorras, que sois unas zorras como vuestra madre, o te vas o llamamos a la policía, tu decides, a mi nadie me echa de mi casa, dejarme pasar. Avisaron a su hermana en el balcón, que avisó a su hermana en la calle, que desde la cabina de la esquina llamó al teléfono de la comisaría. A los veinte minutos la policía subía a casa y a la hora, Joaquín, con cara de pocos amigos y aspecto de resaca prematura salía de casa con dos bolsas de plástico y un cigarrillo en la boca. Los policías le subieron a una pensión del centro, y allí se quedó durmiendo la mona, ajeno a lo que pasaba.

© 2009 jjb

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