miércoles, 19 de agosto de 2009

Maribel / 36

Fue despiadado, quería terminar lo que ya había empezado, sólo veía cuerpo para pegar, para hacer daño en los sitios donde más le doliera. Tenía ganas, tenía muchas ganas y no paraba. Maribel seguía diciendo Joaquín por favor, Joaquín por favor, pero cada vez con un tono más débil. No había perdón, él seguía su orgía de violencia y daño, él seguía reivindicando su derecho a hacer lo que quisiera con aquel ser que le pertenecía y no paraba, no paraba de darle puñetazos, patadas, cabezazos, empujones. Todo valía, nada era suficiente, nada podía hacerle parar, nada podía acabar con su ansia inmensa de reivindicar su derecho a castigar a lo suyo.

Los ruidos eran enormes, la voz de su madre se había apagado. Intentaron abrir la puerta pero estaba cerrada, querían entrar a toda costa, pero no podían con la puerta. Una de ellas se fue a avisar a la policía sabiendo que tardaría en llegar más tiempo del que necesitaba aquel monstruo para acabar con ella. Llorando intentaban forzar aquella puerta que les separaba de la ignominia, del sitio donde se repetía de nuevo una historia conocida, una maldición doméstica. No querían que aquello ocurriera aunque ya sabían de hacía tiempo que iba a ocurrir y que ni siquiera ahora que ocurría querían aceptar, allí no valía el ya lo sabía yo. Había que romper la puerta y no lo conseguían, los ruidos violentos seguían in crescendo, cada vez más extremos, cada vez más duros y de repente, sin que lo esperaran, sin saber cómo, el silencio y no sabían si era mejor aquel silencio que el fantasmal ruido anterior.

Un silencio sepulcral, que duró unos momentos hasta que las cuatro hermanas continuaron sus gritos, mamá, mamá, decían, ninguna alusión a él, mamá, mamá, háblanos; nadie hablaba, nada sucedía. Paulino, un fornido vecino de abajo llegó con camiseta y de una sola patada en la puerta la echó abajo, no dijo palabra, pero al ver aquel escenario pudieron ver a su madre desdibujada por los golpes y la sangre, maltrecha en el suelo, sin síntomas evidentes de vida, con los ojos cerrados y las manos abiertas, con las piernas separadas, con un pequeño charco de sangre que corría bajo ella.

Él estaba sentado apoyando la espalda en la pared, excitado y con la respiración convulsa, sudando, las manos ensangrentadas y la ropa también, con los ojos bajados, pero aún con aspecto de repartir unos golpes más. Paulino le agarró de la cintura y se le llevó. En ese momento entraba la policía pistola en mano, se hicieron cargo de él y sin pedir explicaciones le ataron las manos a la espalda y se le llevaron a la calle, camino del coche, en previsión de posibles altercados.

La asistencia médica llegó un poco más tarde, el médico que iba con los dos que llevaban la camilla hizo sus pruebas y con un significativo no con su cabeza describió perfectamente el estado de Maribel.

Le taparon la cara con una manta, se llevaron a sus hijas a duras penas y por la emisora de la policía pidieron un sicólogo. Las hijas gritaban que querían justicia, cuando realmente lo que querían era ver muerto a su padre, pero lo repetían como una letanía, como una oración perdida y sin destinatario. Querían justicia para su madre, querían entender toda aquella locura repetición de una locura, repetición de muchas locuras.

Los policías preguntaban, los vecinos se agolpaban, el juez llegó con el secretario del juzgado y su apariencia gris para levantar el cadáver y una vez hecho el trámite se llevaron a Maribel al Instituto Anatómico Forense para practicarle la autopsia por orden del juez, detrás de aquel coche se fue una comitiva de coches con las hijas y familiares que querían acompañarla en esa gira póstuma, hacia ningún sitio.

La autopsia dio como causa de la muerte un fallo cardiaco producido por múltiples heridas en diferentes órganos de diferente intensidad y acompañadas de un fallo multiorgánico incompatible con la vida.

Incompatible con la vida, leyó varias veces su hija mayor, incompatible con la vida, y aquellas palabras le hacían pensar en la vida y en la muerte y más que en eso, en la forma de morir y de vivir. Incompatible con la vida, su madre no era incompatible con la vida, no, sólo las lesiones que le produjo quien sí lo era y juró venganza, juró que aquello no podía quedar impune, que no podía salirle gratis y que el precio no podría ser bajo, no.

© 2009 jjb

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