lunes, 17 de agosto de 2009

Maribel / 34

Maribel con pasitos pequeños llegó a casa, parándose a cada paso para saludar a las vecinas que le daban sonoros besos mientras sus hijas pedían disculpas y decían que ya se verían. Sonrió por estar en su sitio, pero dos minutos después de inspeccionar y tomar posesión simbólica de su casa dijo sus primeras palabras, ¿y vuestro padre?, mamá, por favor, después de todo lo que ha pasado, ¿cómo preguntas por él?, es mi marido, no estaba en sus cabales, es bueno, pero se volvió loco, es vuestro padre, ¿dónde está?. Le contaron la orden de alejamiento, le explicaron que se le llevaron el día anterior, le mintieron diciendo que ella tenía prohibido verle y atónitas escucharon lo que su gesto anunciaba, pues no es justo, él no sabía lo que hacía, es mi marido.

Y se quedó allí feliz de estar en su casa y triste de no ver a su marido. Quería hacer cosas y sus hijas no le dejaban mover un dedo, pues vaya, una inútil en mi casa, mamá tienes que ir despacio, despacio es una cosa y ser un mueble otra. Así empezó una larga lucha entre querer hacer cosas y la resistencia de sus hijas, los días pasaban entre las visitas de las comidas, que pretendían curarla dándole dulces y cosas de comer, y las largas peleas por su afán de hacer y su imposibilidad de hacerlo.

No le vieron llorar, ni el más mínimo reproche, nada que recordara aquella noche, sólo, de vez en cuando, alguna alusión a su marido, una añoranza, algo que sus hijas recibían con el mayor desagrado y que no lograban entender.

Según iba pasando el tiempo Maribel estaba cada vez mejor. Ya podía hacer muchas de las labores que hacía antes y no eran pocas, sus hijas habían tirado la toalla hacía tiempo y ella ya se había hecho con los controles de la actividad de la casa. Se la veía feliz, todo era igual que antes, todo podría ser incluso mejor que antes, pero nadie sabía por qué, echaba de menos a aquel canalla.

La vida estaba llegando a la completa normalidad en aquella casa cuando una tarde, a eso de las ocho, con la madre y las cuatro hijas haciendo sus cosas, sonó el timbre de la puerta. Abro yo, dijo Maribel y cuando abrió allí estaba Joaquín, mal vestido, peor peinado, no parecía él, su cara era una mezcla de arrepentimiento y tribulación. Nada acertó a decir Joaquín y Maribel dijo, pasa, tú no puedes estar aquí, dijeron sus hijas, dejarlo estar, dijo Maribel, vamos a hablar, y les dejaron solos, sentados alrededor de la mesa, muy atentas a cualquier ruido que pudiera ser sospechoso.

Nada más estar solos, Joaquín rompió a llorar. Parecía un sentido llanto, balbuciendo le pedía perdón, enloquecí, perdóname, yo no sé vivir sin ti, no quise hacerlo, perdóname y las lágrimas se acumulaban en su cara. Maribel le miraba con cara de perdón y no quería ser blanda, no por ella, sino por sus hijas que le regañarían, pero le comprendía, entendía perfectamente que aquel Joaquín que casi le mata no era su Joaquín, era un monstruo que se había apoderado de él y amarrándole sus manos, con la mirada llena de aquella Maribel de la discoteca, de los paseos por el jardín, de los sueños nunca realizados, de las verdades nunca cumplidas, le dijo, tienes que cambiar, no puedes seguir bebiendo. Mil veces le dijo que ya no bebía y mil veces el olor de su aliento le delató, pero no hay peor mentira que la que se quiere creer y le creyó y le hizo jurar que ni una copa más, que nunca más, que jamás y él juro y juró que sería otro hombre, que no más bebida, que volvería a ser el Joaquín de siempre, que nunca más.

Sus hijas no sólo no lo creyeron, sino que le advirtieron que debía irse, que había una orden judicial. Maribel las rogó, me ha prometido ser otro hombre, sólo quiere tener de nuevo una esclava y te lo volverá a hacer, no hijas, es sincero, es vuestro padre, mamá te equivocas, no hijas no.

Sólo lograron arrancar de Maribel que ante el más mínimo síntoma de violencia, ante el más mínimo indicio saldría de casa y llamarían a la policía. Maribel aceptó diciendo que cómo iba a ocurrir eso, pero aceptó y él se fue a recoger sus bártulos a aquella pensión de estables en la que había malvivido los últimos meses, con la alegría de saber que las cosas iban a ser como antes.

© 2009 jjb


votar


Add to Technorati Favorites

No hay comentarios: