martes, 20 de enero de 2009

Que sea lo que Alá quiera

Llegó tarde, como siempre, pero esta vez ella no estaba en su banco esperándole, era extraño, porque en todo aquel tiempo, tanto tiempo, nunca antes había ocurrido.

Se conocieron en una reunión de separados, el había ido con la ilusión puesta en encontrar mujeres que llevarse a la cama, ella fue a regañadientes, porque su amiga Lucía le había insistido hasta el cansancio. El esperaba encontrar mujeres no demasiado guapas y fáciles, ella esperaba que se le hiciera lo más corto posible.

Aquella reunión fue en una cafetería, de esas que llaman pubs, en la calle Amnistía, qué nombre más curioso, de nombre premonitorio en árabe, Inch`Ala, que sea lo que Alá quiera, cuya decoración era de un estilo incomprensible, posiblemente mezcla de varios propietarios y confusas ideas. Allí, en aquel grupo heterogéneo, todos parecían conocerse, y ella y el sorteaban su primera vez con distinto talante.

El estaba sacando su amplio repertorio de frases hechas ligeramente cómicas y ligeramente cargadas de componentes sexuales de doble sentido, ella bajaba la vista y permanecía enmudecida más tiempo del que hubiera querido. El resultado era el mismo, nadie parecía hacerles caso, y lo que era peor, ninguno de los dos estaba consiguiendo lo que pretendía, el no se comía un rosco y a ella se le hacían los segundos horas.

Ella se sentó en un sofá separado de la barra y separado del grupo, se ocultaba detrás de su copa con mas efecto placebo que real, y el se acerco pensando que había agotado sus posibilidades con las mujeres interesantes.

“Hola me llamo Carlos”, dijo con tono de tesaludoporquenotengomasremedio, y ella dijo “yo Ana”. No era un buen comienzo de nada, pero la verdad es que ninguno pretendía nada. El era explícita y notoriamente el listo de las reuniones, el que quiere ser el líder, el guía espiritual y sólo consigue ser el pesado al que todo el mundo huye. Ella era la mujer invisible, nadie reparaba en ella.

No hablaron, se miraron furtivamente con el único fin de corroborar lo que sentía el uno por el otro, ella miedo y el desprecio.

Ni siquiera se despidieron, pero la casualidad quiso que se encontraran en la parada del autobús, era la línea 25, posiblemente si hubiera una línea 13 hubiera sido en una de sus paradas, pero en Madrid la numeración de las líneas de autobuses pasa de la 12 a la 14.

Hola, dijo el, hola, dijo ella, y allí se quedaron minutos que se hacían eternos, con ese silencio que pesa como un muro, esperando al autobús. El estaba molesto porque las cosas no habían salido como le hubiera gustado, ella había confirmado sus pésimas previsiones.



® 2009 jjb

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