jueves, 13 de agosto de 2009

Maribel / 32

A la mañana siguiente no tenía la ropa preparada, tuvo que buscársela en el armario y no sabía muy bien dónde estaba cada cosa, no vio el desayuno puesto y optó por irse, ya tomaría café al lado del trabajo.

A la hora de comer la comida tampoco estaba preparada, sus hijas estaban en casa, ¿y la comida?, te la preparas tú si quieres. La mirada de odio de su padre no le hizo apartar la de la hija mayor ni un segundo. Tras ese cruce de miradas, con una voz firme que ni ella misma sabía de dónde salía le dijo, ya sabes lo fácil que es para ti entrar en la cárcel ahora, inténtalo siquiera y verás dónde vas. Joaquín calló y se fue a comer al bar, lleno de odio y sin entender muy bien las cosas, ¿qué les estaba pasando?, no lo entendía.

Las hermanas, que habían intentado que su miedo atroz no se notara mientras estuviera allí su padre, cuando salió empezaron a abrazarse, se habían conjurado para que su reacción fuera una en cuanto hiciera la más mínima intención de levantar la mano: las cuatro se echarían sobre él, habían cogido objetos contundentes, porque la mayor había dicho bien claro que cuchillos no, un amasador, un martillo de madera y sobre todo, un acopio de valor que después del riesgo se había convertido en una tremenda flojera de piernas y risa nerviosa.

No podía ir a ver a Maribel, se lo habían dicho los policías, no te puedes acercar a ella, el juez no te lo permite y tampoco entendía por qué. No es que tuviera intención de ir al hospital pero eran demasiadas cosas que no entendía. Se fue a trabajar y cuando acabó se quedó en el bar más tiempo del habitual. Cuando llegó a casa iba bien puesto de vino, pero se fue directamente a la habitación y se durmió de inmediato sin decir una palabra a sus hijas. Al día siguiente se repitió la historia pero ya no preguntó, directamente se fue a comer al bar y también llegó tarde a casa llevándose a dormir su borrachera directamente a la habitación.

Aquello se convirtió en una rutina, el único problema de Joaquín era la ropa, pero habló con la mujer del dueño del bar que quedó en lavársela por una cantidad, con lo cual lo tenía todo solucionado, a sus hijas las ignoraba, al fin y al cabo las veía poco y no cruzaba ni una sola palabra con ellas.

Las chicas hacían turnos para ir a ver a su madre y no estar nunca solas cuando sabían que vendría su padre, apenas podían verla, unos minutos por la tarde, pero esperaban a los médicos intentando oír alguna palabra de esperanza, algo. Ni oían ni veían nada, porque allí seguía todo igual, sin apenas un cambio aunque fuera mínimo.

Y pasaban los días, aumentando la desesperación de aquellas hijas y la satisfacción de Joaquín para volver a disfrutar de una rutina, de hacer diariamente las mismas cosas, sin más complicaciones. Se presentaba ante la policía en los días señalados y ya había dado una buena excusa médica en el trabajo para abandonarlo un par de horas.

Y un buen día, bendito sea Dios, los medidores de la salud de Maribel empezaron a revitalizarse, se vistieron de fiesta, iluminaron sus luces buenas y ese mismo día les informaron a sus hijas que las constantes vitales de la paciente habían mejorado de manera sorprendente, que incluso había abierto levemente y durante muy poco tiempo sus ojos y notaban cierta presión leve, levísima, al tocarle la mano. Para no alterarla, los médicos le rogaban a las hijas que ese día no vieran a su madre y era tal la alegría que tenían que aquello les pareció que carecía de importancia.

Día tras día las noticias iban siendo mejores, hablaba con las chicas en aquellos cinco minutos, de dos en dos, que diariamente podían verla. Estaba muy débil, su voz era un hilito, pero estaba viva y eso les llenaba de alegría a ellas y a todas los ojos de lagrimas. No lloréis, vosotras no lloréis, no hijas no, mamá y le agarraban las manos como el que coge la reliquia de una santa, con miedo de hacerle daño y con la incredulidad de poder hacerlo porque le daban por muerta desde hacía ya mucho tiempo.


© 2009 jjb

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