martes, 13 de enero de 2009

Plaza de Oriente /4

Justo al lado, está la Taberna del Alabardero, originalmente abierta por dos toreros, Jacobo Belmonte y Teodoro Librero “El Bormujano”, apadrinados por el que era su apoderado Luis Lezama. Finalmente fue Luis Lezama, sacerdote, el que convirtió esa joyita en el buque insignia de su próspero negocio hostelero. Hay Tabernas del Alabardero en Sevilla, en Marbella y desde hace muchos años en Washington. Por la Taberna han pasado muchos capítulos de la historia de España y muchas pequeñas historias que aun viven en sus veladores, allí abrió la barra Emiliano Oliveira y años después se incorporó Jesús Muñoz, los dos mejores taberneros que he conocido, y aunque diga poco en mi favor para algunos, he conocido a muchos. La propia historia de la Taberna se ha difuminado con las múltiples versiones de la misma, creadas por sus clientes, de ellas la que más ha cuajado es que era un negocio que puso un alabardero de Alfonso XIII a su querida. Conociendo la verdad de su historia, no tengo ningún interés en descartar ésta porque es mucho más romántica y épica, pero ese clima de taberna apacible que sabe dar el cura Lezama a sus negocios, está aun más vivo en la Taberna, su primera creación. Este antiguo taller de un escultor, es hoy cita obligada de turistas, ministros, directores generales, obispos y militares, además del núcleo duro de población civil que nutre la caja y se refresca el alma y el estómago en sus mesas internas y externas.

Mas allá está el extramuros, dentro caben todos los que vengan con buena voluntad, y sin coches, a ver esta Plaza, testigo único de tantas cosas durante tantos siglos. Aquí hace muchos años cuando llegaba el buen tiempo, venía un abuelo con un burro que tiraba de un carrito en el que entraban los niños previo pago de su importe. Había tres categorías, la general, lo que hoy denominaríamos clase turista siguiendo la terminología aeronáutica, el pescante que era más cara y con una evidente limitación de plazas, y el burro, pieza codiciada por todos los niños y fruto de las primeras discusiones generacionales padres-hijos, origen de una multitud de discusiones posteriores. Había una larga lista de espera escrita solo en la memoria del abuelo que cobraba, guiaba al viejo burro, y le tenía lustroso y bien alimentado. El burro se llamaba Perico y no estoy muy seguro si terminó sus viajes por la imposibilidad de dar la vuelta a la Plaza, por el incremento del tráfico o por que su amo o él mismo pasaron por ese pequeño tránsito que nos conduce a los cementerios a los humanos y a donde vayan los burros cuando mueren. La realidad es que dejaron de venir y la Plaza nunca volvió a ser lo que era.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias Gracias ...
Es precioso todo lo que has escrito de esa tu plaza que durante 27 años he compartido.
Yo soy una, de esa larga lista de mujeres que se multiplicaban en el "Oro de toledo" a las ordenes de una de las dos mejores personas que he conocido en este mundo mi querido "jefe" Juan.La otra persona era mi tio que tambien se llamaba Juan al que ya nunca podre agradecer que me introdujese en esa otra familia que encontre en el "Oro". Gracias a Ti por ese pequeño homenaje que al hablar de tu queridisima Plaza de Oriente nos has hecho.
Soy Mary Carmen que junto con Tomas y Araceli defendimos el barco hasta el final.