viernes, 9 de enero de 2009

Plaza de Oriente /2

En aquellos años los policías vestían de gris y llevaban amenazantes ametralladoras, que soportaban mientras tarde tras tarde nos pedían la documentación, lo cual al principio nos molestó porque lo hacían diariamente, y luego comprendimos que si no hacían aquello, poco o nada tenían que hacer en aquel lugar. Sudores fríos me entraron años después al conocer, estando en la mili, que aquellas ametralladoras no lo eran, eran subfusiles y que se disparaban sin necesidad de apretar el gatillo, con una facilidad pasmosa. Era el ocaso de una dictadura, mala, como todas la dictaduras, pero en la cual vivíamos acostumbrados a lo malo y a lo bueno, y ambas cosas no eran ni tan buenas, ni tan malas como algunos quieren creer, el caso es que aquella era la situación de aquel momento y la vida seguía para los que habitábamos aquellos lugares.

El Teatro Real se había abierto hacía poco, y era una sala de conciertos que nada tenía que ver con el fin con el que se había creado hacía siglos. Unas cuantas tiendas, una imprenta y nada más, bueno si, el kiosco de helados de la señora Carmen, que año tras año aparecía en primavera para pedirme que me subiera al árbol y pasara por allí el cable que le tenia que dar la electricidad necesaria y que salía del portal del 2, hasta casi los veinte años me subía a aquel árbol, y ya no sabía cómo decirle que no me diera las doscientas pesetas que siempre me daba, ni cómo decirle que se buscara un sustituto más joven para aquellos menesteres.

En una esquina de la Plaza, el Café de Oriente empieza una rutina perenne en la que siempre está presente Jesús, al que yo siempre saludo con un “hola don Jesús Muñoz de la Hija” al que el siempre responde con mi nombre y dos apellidos, Jesús es parte importante de esta plaza, de este barrio y si me apuras de este territorio urbano que, gracias a él, llega a Ávila, porque hay muchos madrileños de Ávila, pero Jesús debería ser su cónsul honorario. Es, con reconocimiento internacional, el mejor tabernero del mundo, y una barra de una taberna o de un bar es distinta con el detrás, allí en el Café de Oriente, como antes en el no muy lejano Alabardero y en sus orígenes casi infantiles en Casa Ricardo ha creado lo que crean los vendedores de seguros, los notarios eficientes y las tiendas buenas, una cartera de clientes incondicional y fiel, que se moverán hacia donde Jesús les regale la inteligencia de la barra; llegar allí y saber que te van a poner lo que quieres en el momento del día que toca, aderezado de un detalle, una conversación o una broma, según se tercie.

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