miércoles, 14 de enero de 2009

Plaza de Oriente /5

También venia un barquillero vestido de barquillero y con aquel enorme depósito de barquillos y ruleta precoz, siempre con una sonrisa, y satisfacción cada vez que se le llamaba, no sé si por descargar el peso de la ruleta-almacén o por haber conseguido un cliente Se daba grandes caminatas desde la Plaza de Sabatini hasta la Plaza de Lepanto, acercándose a los círculos de señoras con niños en edad de mover la ruleta.

Allí estaba el guarda jurado, una figura extinta que debería ser recuperada. Con su sombrero, con su banda, con su bastón porra y su perfil imponente era el encargado de poner orden dentro de los límites que en aquel entonces significaba el orden. Las parejas no se podían besar, los niños no podían jugar al fútbol y nadie podía pisar el césped. Después había reglas particulares de cada guardia jurado, algunos miraban el decoro de la indumentaria, otros por el aspecto de los transeúntes y otros desconfiaban de los que pasaban mucho tiempo en el mismo sitio, pero allí estaban haciendo su labor de control y sobre todo aportando su estética, a un sitio estéticamente impresionante.

La plaza es un recinto abierto limitado por el Palacio de figura imponente, enfrente el Teatro Real que, empequeñecido por las dimensiones gigantescas del Palacio, parece ser menos de los que realmente es, la Plaza de Oriente en el medio, flanqueada por los jardines menores de Cabo Noval y Lepanto y junto al Teatro unos cuantos edificios que sobrevivieron al empeño limpiador de José Bonaparte. En esas casas vivieron músicos y arquitectos relacionados con la Plaza y con la historia, vivieron personas anónimas y conocidas de los suyos, aun hoy siguen viviendo y son parte de ella, son unos cuantos privilegiados que no tienen que desplazarse para contemplar un lugar que se creó para disfrute de reyes y ha acabado siendo para el disfrute de todos.

Yo sé que en mi plaza se han hecho durante siglos intrigas palaciegas, revoluciones, pactos, corruptelas y contubernios, lo sé, pero también sé que esa plaza la conocí en un carrito de bebé, en ella me hice mis primeras heridas, allí estrene los primeros pelos de mi bigote, conocí a la mujer que me volvió loco por primera vez, tuve mi primera decepción amorosa, asistí a la primera manifestación de mi vida, vi a mi padre en sus últimos días en uno de sus bancos, leyendo el periódico, irradiando vida. Y en esa plaza a la que van los extranjeros, y los propios a visitar, quiero pasar mis últimos días, como mi padre, como el padre de Pedro, como tantos otros que respiraban el aire de Madrid filtrado por unos árboles que les daban vida. Porque esta Plaza, está viva.

Madrid, primavera de 2005

© jjb

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