jueves, 29 de enero de 2009

Amaneceres /y 4

Poco a poco ella se iba acercando más y llorando lo mismo por las noches, y un día al atardecer, con ese cielo de Madrid que tan bien sale en las postales y que los mejores pintores del mundo han intentado plasmar, se miraron a la cara, cruzaron unos segundos su visión, y sin saber por que, se besaron, con un beso eterno que acababa en las bocas de cada uno, frotándose los labios como habían visto en algunas escasas películas. Así estuvieron mucho rato, muchísimo, sin sentir demasiado, pero buscando el placer y disfrutando de ese terreno. Después se separaron y ella dijo algo que él jamás ha olvidado, “no me esperaba esto de ti”.

Ella calló y él empezó a balbucir excusas, a pedir disculpas, a justificarse, pero ella con ese ademán de desdén que había adoptado no quería oír, ni hablaba, andaba en dirección a su casa mientras que el revoleteaba a su alrededor intentando juntar palabras con cierta coherencia. Aquella noche ella no lloró y no lo se porque nadie me lo dijo, pero me jugaría un brazo a que durmió con la tranquilidad de un niño o del que acaba su trabajo.

Él tampoco lloró, pero necesitó muchos años y conocer a muchas mujeres para saber que la estrategia buena fue la de ella. Tuvo que desmentir a muchos amigos de la infancia que decían que lo fáciles que eran las chicas del barrio, y tuvo que aprender rápido que el amor es doloroso a veces, pero siempre es un ejercicio de humildad en el que más gana el que menos arriesga.

También aprendió que todas las teorías son mentira cuando encuentras la persona adecuada en el momento oportuno y que las estrategias sirven para los negocios, para las religiones, para los juegos, para muchas actividades humanas, pero son de escasa utilidad cuando tienes diecisiete años y estás loco por una mujer, o cuando tienes cincuenta años y estás loco por una mujer

Meses después ella se fue con uno del grupo de la plaza de la Encarnación y él tuvo la mayor desilusión de su vida, de la vida que había vivido hasta entonces, y juró que jamás le engañaría ninguna otra mujer.

No recuerdo el nombre de aquella mujer, o quizás sí, pero sí recuerdo que en aquellos momentos estaba empezando a conocer muchas cosas, a descubrir que merece la pena vivir en este mundo a pesar de todo, y que nada se valora si no cuesta conseguirlo. También se que aquella mujer y yo aprendimos juntos muchas cosas, olvidamos otras y ejercíamos la ingenuidad que íbamos perdiendo al mismo ritmo que nos íbamos acercando.

Probablemente si la viera por la calle no la reconocería, seguro que ella me olvidó hace muchos años y quizás el recuerdo que tengo de ella cuando me acuesto algunas noches, nada tiene que ver con su rostro, pero si mucho con aquella ilusión adolescente que ni siquiera aquellas dos estatuas pueden repetir, porque en el amor nunca hay dos historias iguales, ni dos amantes idénticos.

© 2009 jjb

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