jueves, 15 de enero de 2009

Los reyes godos

“Ese frío que surge cuando amanece se transforma en escarcha en invierno y alegría en verano, las veinte estatuas de reyes antiquísimos permanecen inalterables en su piedra vital”

En mi plaza hay un paseo que es inevitable, es el paseo por la historia de los reyes de antaño, es el paseo por la historia de España, que como todas las historias de los pueblos y las naciones está llena de episodios brillantes, grises y oscuros.

A ambos lados de la Plaza hay dos hileras de estatuas de reyes antiguos, muy antiguos, normalmente todos los habitantes cercanos se refieren a ellos como los reyes godos, son fruto de una casualidad y un error, esas enormes esculturas dan su toque particular y envuelven los jardines.

La idea original fue coronar la cornisa del nuevo palacio con las estatuas de todos los reyes precedentes, y se empezaron a realizar en granito, están labradas en piedra berroqueña, su peso era tan enorme, y había tantos reyes precedentes, que se temió con razón, que la estructura no soportaría tanto peso.

Así que las estatuas, después de dormir algunos años, y lustros a veces en los depósitos, fueron a parar a distintos destinos de Madrid como el parque del Retiro, los jardines de Sabatini, el Capricho de la Alameda de Osuna, la puerta de Toledo... otras fueron llevadas a otras ciudades, como las de los reyes navarros que fueron llevadas a Pamplona, en donde hoy pueden verse en el Paseo de Sarasate.

Son obra de Salzillo, Luis Salvador Carmona, Manuel Álvarez, Alejandro Carnicero, Juan Domingo Oliveri y Felipe de Castro. El italiano de Carrara y el gallego Castro, son autores también de otras obras que adornan el interior del Palacio.

De todas ellas se quedaron en la Plaza veinte, a ambos lados, agrupadas de dos en dos y flanqueando un banco de piedra, descanso de turistas, jubilados o curiosos.

Su elección para adornar esta plaza es una exquisita muestra y resumen de la historia de la monarquía española en sus orígenes, comenzando en los reyes visigodos, siguiendo con el reino de Asturias, Navarra, León, Aragón y Castilla, sin olvidar al primer conde de Barcelona. Para aquellos muy duchos en títulos nobiliarios y con la casa real española, no se les escapará que los reyes y condes representados en esas estatuas, tuvieron los títulos que hoy ostenta el rey de España y su familia.

Pero pasado el mínimo repaso histórico, esas estatuas son testigos mudos de la Historia, y fundamentalmente de muchas historias que han ocurrido a sus pies, bajo su recia estructura pétrea. Una estatua en una plaza es un elemento de decoración, el abrigo en los días de viento, el hogar de los pájaros, el reposo del cansado, el mingitorio de los desesperados, el amparo de los sexualmente fogosos, y tantas y tantas utilidades que yo desconozco pero que seguro que son tan ciertas como que prácticamente nadie ha reparado en el nombre de aquellos a los que representa una estatua de piedra.

Las estatuas son falsas, no reproducen fielmente a quien encarnan. Son la antítesis de las caricaturas. Una caricatura amplía los defectos de aquel a quien pretende caricaturizar, un monumento amplía las virtudes, y hace más fuertes a los fuertes, más guapos a los guapos y temibles a los imponentes.

Durante el día, y si no hace mucho frío o mucho calor, el banco acoge a unos pocos jubilados, a muchos turistas y en el ala izquierda de la plaza, según se mira al Palacio, todos los bancos están ocupados por ciudadanos chinos que lo mismo dan un masaje que venden un abanico, siempre y cuando los guardias se lo permitan con su ausencia.

Son muchos años ya los que yo he pasado en la plaza, y muchos los recuerdos que se convierten en historias, que como todos los recuerdos probablemente no sean exactos, ni rígidos, ni estrictos, pero que a mí me gusta acondicionar, amplificar y distorsionar para que esa realidad se convierta en otra que no es falsa, solo que no ocurrió, o quizás sí, quién sabe.

Fotos: José Manuel Díaz


© 2009 jjb

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