martes, 27 de enero de 2009

Amaneceres /2

Él, cuando se despertaba por las mañanas, no tenía ningún recordatorio de la legislación vigente, ni de las costumbres preventivas de las madres de las niñas, sólo tenía la herencia de la naturaleza dentro del cuerpo y un método parroquial para subsanarlo que ni le gustaba ni le era efectivo.

A él ni su madre, ni mucho menos su padre, le había dicho ni la más mínima palabra al respecto, y su única información consistía en lo que les había contado un mayor que era un compendio de medias verdades, medias mentiras y tremendas ampliaciones de la realidad buscando la sorpresa de los más pequeños en formato de boca abierta.

Hasta entonces la pareja suplía sus necesidades físicas con peleas incruentas, juegos absurdos, en una palabra excusas anodinas que le permitían a él traspasar unos segundos, unos milímetros, la impenetrable barrera corporal maternalmente impuesta. Y cuando aquella mano hambrienta de él se posaba en territorio altamente protegido de ella, se sentía ganador y ella francamente mal, y sobre todo, pensaba que su madre, o mucho peor, las vecinas, le estaban observando, era ese rubor adolescente, mitad miedo mitad placer que les mantenía alejados un breve lapso, para retomar con más ganas aquella farsa de lucha.

Y así pasaban los días de aquellos veranos que comenzaban con la primavera y terminaban con el frío, con pequeñas alteraciones que los sábados se materializaban en las visitas a casas de familiares, él a familiares, otros amigos visitaban a parientes, y los domingos con el alargamiento del día por la mañana de misa y la tarde de cine, en función doble y con la imposible presunción de que aquella tarde, al amparo de la oscuridad, protegido de las miradas, ella allanara las barreras, derrumbara los muros y cediese en sus protecciones, pero la tarde acababa sin saber muy bien de qué iban las dos películas, varios intentos fallidos y la esperanza de que llegara pronto el próximo domingo y ella estuviera dispuesta a prescindir de sus prejuicios.

Un día despertó como siempre, pero alguna luz interior, que sé yo, quizás un sueño no recordado pero aprehendido, el caso es que decidió cambiar de estrategia, realmente decidió utilizar una estrategia. Debía ser como en tiempos pretéritos, aquellos ascendentes nuestros, primitivos, se acercaban a las alimañas para estudiar su comportamiento, hacían pruebas, un día se acercaban por la derecha, otro por la izquierda, unas veces con palos, otras sin ellos, a veces mudos, otras dando gritos.

El resultado era desolador, prácticamente ningún avance, siempre la alimaña daba cuenta del cuerpo del ejecutor en todo o en parte. Esto, además de no proporcionarle ninguna información al científico primitivo que organizaba aquellos, suponía un problema para que él pudiera reclutar más voluntarios, pero con ese proceso estratégico pudieron llegar al primer axioma científico: si te acercas a una alimaña vayas como vayas, te ataca y te come.

Posiblemente sea la base de la ciencia actual y en cualquier caso la fijación de una estrategia de actuación. Él tras sus reiterados fracasos, pensó que no había mas remedio que utilizar la estrategia.

© 2009 jjb

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