viernes, 7 de agosto de 2009

Maribel / 28

Un día de esos días que no deberían existir nunca, Maribel por la noche soportó que Joaquín le volviera a dar dos bofetadas, después tres, después él, al grito de eres una hija de puta, le empezó a dar puñetazos, hasta que consiguió tumbarla en el suelo, una vez allí la empezó a dar patadas en el costado, en el pecho.

El dolor era tan grande que temió que su vida se le fuera, sólo conseguía mascullar Joaquín, Joaquín, mientras recibía su castigo y notaba el peso del dolor en su cuerpo, Joaquín, Joaquín, implorando clemencia en aquel nombre, pronunciándolo como una letanía mientras él se venía más según la pegaba, sin pretensión de acabar, contrarrestando su nombre con aquel hija de puta cada vez con más intensidad, cada vez más acorde con la fuerza de su agresión, Joaquín, Joaquín.

En un momento determinado, sin razón aparente, Joaquín dejó de pegarla y se fue, se fue de la habitación y de la casa y la dejó allí, inerme, destrozada por los golpes, ajena al mundo y sus conjuntos, temblando de miedo y herida en el alma, resonando aún en sus oídos y en su alma aquel insistente hija de puta que acompañaba como música a la ración de golpes que recibía. Muerta de dolor y herida de muerte, apenas se movía por miedo a hacerse más daño ella misma, por miedo a llamar la atención del que le había maltratado de manera cruel y persistente.


Allí, sentada en el suelo al lado de su cama, evaluando los daños que había sufrido, sopesando las posibilidades que tenía de tener éxito si intentaba ponerse en pie, sin ganas de llorar y pensando en sus niñas, quería salir de allí, pero no tenía fuerzas para mover un dedo. Sinceramente sólo tenía ganas de morirse y no parecía que eso fuera a ocurrir en el inmediato presente. Sin saber por qué, de repente se puso en pie y renqueando, con pasos dispares, se fue a la habitación de las niñas y se hizo un hueco en la litera de abajo, déjame hija. Sólo pretendía ganar fuerzas, un poco de energía, pero se sumió en un profundo sueño que acabó cuando la mañana amanecía.

Fue al baño, se miró en el espejo y se asustó de ver aquella cara desfigurada que no era la suya, que no era de nadie.


Disimuló como pudo las huellas de aquello, se maquilló como no se había maquillado antes y a pesar de todo le preguntaban, qué te ha pasado, me caí al salir del baño, y todo el mundo parecía aceptar la excusa, todos menos la madre de otras niñas del colegio, que tras preguntarle y oír la excusa le dijo, Maribel, mi marido también me pega y yo no sé qué hacer, no, si lo mío es del baño, Maribel, las mismas marcas, las mismas huellas, pero que no, bueno, cuando quieras hablamos, que fue al salir de la bañera.

Maribel tenía la completa seguridad que Joaquín tenía motivos para pegarle, además hubiera podido ser peor, le pegó lo justo. Es que no lo hacía bien, algo estaba haciendo mal, no debería darle motivos. Pero sobre todo Maribel sabía, por un extraño proceso posiblemente heredado, que las cosas de casa se quedaban en casa, que nadie debería enterarse de nada, que lo único que harían sería daño, todo debe quedar en casa, los trapos sucios se lavan en casa, sí.

Con el dolor en el cuerpo, con el silencio como norma, con la esperanza de que todo cambiara, los días iban pasando con una curiosa distinción, los días que no había lío y los días que lo había. Los días que había lío podían ser también los días que Joaquín le ponía la mano encima, así lo llamaba, jamás lo definió como violencia, o como agresión, o como brutal paliza. Él la ponía la mano encima definido en un eufemismo infantil y exculpatorio que en nada explicaba lo que estaba pasando en aquella casa vestida de tristeza y malos modos.

Es muy bueno, si mi marido es muy bueno, es trabajador, es responsable, de pocas palabras, respetado en el barrio, amigo de sus amigos, sin historias de faldas conocidas. Una persona respetable, padre de familia, de una familia numerosa con unas niñas bien educadas y bien vestidas, limpias y discretas, mi marido es muy buena gente, y así se lo repetía Maribel, convencida de ello, como una letanía, debo cambiar, debo hacer las cosas bien, debo ser de otra manera.

© 2009 jjb


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1 comentario:

Flordegato dijo...

Mujeres de todas las edades sometidas a la autoridad de sus parejas que sufren a diario y en silencio todo tipo de humillaciones, insultos y golpes.
Para esos actos de cobardía solo queda la denuncia.

ANTE EL MALTRATADOR, TOLERANCIA CERO.