viernes, 14 de mayo de 2010

Sancha / y 38

Después hablé con Jesús, hablé con Antonio, con Sabino, buscando rastros de Cordero y nada se sabía de él, salvo que vino del sur y que alguien vio una esquela de las buenas en el ABC que lamentaba la pérdida de Don Francisco Cordero que fue enterrado en Madrid el día de Navidad de no sé que año, después de haber recibido los Santos Sacramentos. Qué raro, porque Cordero el único sacramento que recibía era la comunión en su vertiente vinícola, sin que fuera conocido el cumplimiento de cualquier otro Sacramento por su parte. Y la esquela terminaba con la triste despedida de sus feudos: su hermano, su hermana, sus sobrinas, sus sobrinos, sus sobrinos nietos y una larga lista de personas que le detestaban y a las que les había solucionado un problema con su muerte. Pero ese alguien que vio la esquela no la guardó y su testimonio era tan banal como los comentarios, rumores y dimes que existían.

Cordero se fue y con él se fue mi ingenuidad y una forma de ver la vida que era diferente. No sé si Cordero ocupará su sitio en el cielo de los borrachos, en el de los mansos o en el de los aliviadores de conciencia de algunos. Lo que sé es que Cordero tuvo más importancia para mí que para cualquiera y que aún le veo cuando paso por la calle Unión o la calle Espejo y observo la calle del Lazo. Primero veo a mi amigo el tapicero y luego el tremendo hueco que dejó aquel hombre insignificante y proscrito en aquel rincón en donde sus lágrimas tocaron mi corazón.

Allá donde estés, Cordero, espérame, porque tengo una deuda contigo y quiero pagártela. Allá donde estés, Cordero, aunque no sepas que existo, hazme un hueco para contarte lo que soy, lo que no soy, lo que me gusta de ti, lo que no me gusta. Allá donde estés permíteme que en tu ausencia te pueda hablar en silencio, contarte mis penas, compartir mis cuitas. En el tremendo silencio de mis pensamientos, en la callada llanura de mis negaciones, te contaré mis silencios, mis contradicciones, mis más bajas pasiones, y tú no me dirás nada pero me escucharás. Tú serás mi alter ego y quizás algún día te lograré entender. Quizás algún día vengas a la Plaza Oriente y bajo la sombra de una estatua de aquellos reyes me explicarás todo lo que no sé de ti, o quizás lloremos juntos. “

Sancha terminó de leer aquellos folios, releyó tres veces algunas de las partes y después no lloró, sólo se quedó ensimismada un ratito, como si fuera una estatua de piedra, y pensó. Pensó en los siglos que llevaba allí viendo a unos y a otros, escuchando a éstos y a aquéllos, y entre las líneas de aquellos folios manuscritos vio un corazón joven empezando a vivir, empezando a conocer, aún demasiado joven para saber de grandes penas y grandes ausencias. Vio de nuevo lo que siempre le había gustado ver, la vida, lo importante, la vida, lo que transciende de las personas y de los malos hábitos, la vida, renqueando, soportando su peso, liviana de prejuicios y ausente de penas, subió a su pedestal, buscó su sonrisa después de mirar a su marido ausente y separado por un banco de piedra, afianzó aquella sonrisa y pensó, ésta es mi plaza, y esta plaza, mi plaza, está viva.

© 2010 jjb

A ti, que estas conmigo, que me soportas, que haces que cada dia sea un dia mejor, distinto, un dia contigo, tu que has hecho que cada dia tenga una razon para despertarme y te hayas aprendido la letra del porompompero, quizas tu seas lo que necesitaba o quizas seas mi perdicion, pero me da igual porque tu me has hecho entender muchas cosas y todas buenas

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como Sancha me he quedado yo también, de piedra. Los bancos ya no parecen los mismos (con lo fríos que eran), pensando en las historias que has inventado sentado en ellos.
Has hecho un recorrido exquisito por tu plaza. Desde el primer banco hasta el último.
¡No pierdas las buenas costumbres!

Flordegato dijo...

Hermoso homenaje de este cuento, que no biografía, que haces a Sancha, a la historia, a Madrid, a Cordero, a tu Plaza de Oriente.
Gracias a este relato, recordé cosas de mi niñez que había olvidado. Gracias a tus palabras pude pasear a lomos de ese paciente burrito, oir las risas de los niños jugando, disfrutar de las tímidas miradas de las jovencitas a sus primeros pretendientes, sentarme en un banco de piedra a contemplar las estatuas de "los reyes muertos" y ver como Sancha a veces reía y muchas lloraba.
Es una historia escrita desde el recuerdo, con sentimiento, en la que creo has puesto mucho de ti y te felicito por ello.
Sigue escribiendo, Icariacafé, piensa que al menos esta lectora y gracias a tus escritos, descubrió el dulce sabor de los "baclava", se emocionó con ese gorrión del "Café de Oriente", lloró con Maribel...y disfrutó con todas y cada una de tus historias.
Vuelve a pasear por tu Plaza, siéntate en sus bancos y si prestas atención, oirás a alguien cantando:
"Niños que de seis a once,
tarde y noche alegremente,
jugais en torno a la fuente,
del gran caballo de bronce,
que hay en la Plaza de Oriente."

Flordegato