Y cuando Sancha leyó ese párrafo, sus ojos de piedra se volvieron a llenar de lagrimas, con más fuerza aún que cuando comenzó aquel torrente de lágrimas que acabó de mala manera. Pero no podía sofocar la tristeza que le producía lo que aquel joven hubiera escrito, hubiera traducido en palabras, la tremenda desgracia de un ser humano buscando la nada, encontrando la nada, temiendo el abismo.
Y llorando se subió a su pedestal, y así siguió un buen rato, días quizás, sin consuelo, sin matices, sin tregua. Pero su llanto no fluía en vano, y yo, que nunca había llorado, lloré también con ella.
© 2010 jjb

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