jueves, 17 de diciembre de 2009

Hablar por hablar /19

Lo sabía. El día siguiente, que en realidad era el mismo día unas horas después, fue aún peor que el anterior. Bostezos, a veces la mirada perdida, atontamiento general. Vaya perrera que tenía, como decía Ana, dibujando con localismos una sensación indefinida entre las ganas de dormir y las ganas de no hacer nada.

Por la tarde habló con Ana. Que ya se lo he contado, que muy bien. Ves tanto miedo, tanto miedo, tu madre encantada seguro. Sí, la verdad es que me dio la impresión de que hacía tiempo que lo estaba esperando y tenía preparada hasta la respuesta. Pues claro, tu madre es la única mujer que te conoce mejor que yo y a la única que le permito que te quiera más que yo. Estará contenta y más cuando hable yo con ella y le cuente los detalles. Quiero que me ayude porque tú eres un Adán y a ella le hará mucha ilusión.

Pues sí, seguro que sí. Bueno yo ya lo he dicho, ahora vosotras os arregláis que os lo pasáis muy bien poniéndome a mí de vuelta y media y haciendo vuestras cosas, a mí si me necesitas me lo dices.

Pero yo también quiero participar, en lo que sea. Para comprar trapos no, pero de chofer, de transportista, de lo que sea sí. Pero nada de elegir ropa ni historias que sabes que soy incapaz. ¿Incapaz?, que no te da la gana. A tu edad y tu madre aún comprándote los calzoncillos… vergüenza tenía que darte. Y cuando nos casemos ¿quién te los comprara?, ¿tu mamá?. O ella o tú, yo no sé. ¡Qué poca vergüenza!, decía Ana poniendo una exagerada cara de escandalosamente sorprendida y sabiendo que a pesar de la cara, le tendría que comprar los calzoncillos por una incapacidad innata para comprarse nada y también una buena dosis de costumbre a que lo hiciera otro.

Tampoco le importaba demasiado porque sabía que Joaquín estaba siempre dispuesto y de buen humor para lo que fuera. Pero era incapaz de hacer las más sencillas labores cotidianas como fregar, lavar la ropa, planchar, comprarse la ropa, cocinar y unos cientos más de cosas sencillas que para él eran imposibles.

Ana le notó que tenía muchas ojeras, más de lo que habitualmente solía tener. Pero sabía que Joaquín era un poco hipocondríaco. Se preocupa si le decían que tenía mala cara, o si tenía mal aspecto, o si le dolía algo. Por eso Ana le dijo, sin preguntarle, si dormía poco últimamente. Y Joaquín le contó los últimos episodios de su programa de radio y las noches en vela que aquello le había acarreado. Es que tienes ojeras y tienes que dormir. Contenta estará tu madre. Sí, está muy enfadada. Menuda bronca esta mañana. Pues cuando vivamos juntos yo no pienso insistirte. Como no te levantes tú solo no irás al trabajo a tu hora, que menudo suplicio tu madre hasta que logra arrancarte de la cama.

Esta noche me duermo a las doce, ni radio ni nada. Pero no fue cierto porque esperó hasta la una y media. Unos minutos más y volvía a escuchar la voz de Macarena saludando, resumiendo lo que había pasado el día anterior y comenzando una nueva sesión de aquello que le atraía tanto como para olvidarse de dormir durante muchos días.

Las primeras llamadas eran anodinas, ni siquiera mencionaban ya a Antonio. Ni siquiera le daban ánimos para que se enganchara de nuevo a la vida. Uno contaba que se había enamorado, otra que se había casado. Nada importante, todo cotidiano, nada excepcional.

Tras las noticias de las dos, después de los anuncios, Macarena, la locutora dice: nos llamó hace unos días para decirnos que quería irse de este mundo. Y muy contenta hoy saludó a Antonio de Santander. Buenas noches. Hola Macarena.

© 2009 jjb

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