miércoles, 10 de febrero de 2010

Sancha /8

Se debatía en su aprecio a la niña y la crítica a la mujer. Oía mil historias, algunas inventadas de sus andanzas y de la vida de su esposo, el rey consorte. Escuchaba incluso coplillas que iban de boca en boca. A Francisco de Asís lo llamaban Paco Natillas y los más atrevidos Paquita Natillas. Famosa fue la primera de las coplillas que oyó Sancha entre risotadas de la gente, “Paco Natillas es de pasta flora y se mea en cuclillas como una señora". Después se desesperó Sancha con su nobleza castellana y su recia moral al escuchar a los desenfadados madrileños aquello de “Isabelona tan frescachona y don Paquito tan mariquito".

También sabía doña Sancha la estable relación de Paquito con su secretario, don Antonio Ramos Meneses. Pero una de las cosas que más le dolió a Sancha fue oír que cuando el general O’Donell fue a despedirse de la reina para irse a la guerra de África, la reina, Isabelita, le dijo con absoluto cariño al general que si ella fuera hombre iría con él. Su esposo, Francisco de Asís, Paquito, le dijo "Lo mismo te digo, O’Donell, lo mismo te digo".

Pero todo eso, con la gravedad que tenía, con la preocupación que le producía a Sancha no era lo que más le escandalizaba. Lo que no podía soportar, lo que verdaderamente le obligó a mirar hacia otro lado fue saber que Isabel tuvo nueve hijos, Fernando, Isabel, María Cristina, Alfonso, María de la Concepción, , María del Pilar, María de la Paz, Francisco de Asís y María Eulalia, todos apellidados de Borbón y Borbón, aunque la realidad es que el único real era el segundo apellido.

Eso no cabía en la cabeza de Sancha, durmiendo en habitaciones diferentes, sin que entre ambos existiera ni la más mínima voluntad de hacer el engaño creíble. Conociendo como conocía todo el mundo los amantes de la reina, militares de la casa Real, músicos insignes… también era conocido, y que lo fuera era el disgusto de Sancha, que cada vez que la reina quedaba encinta sus negociadores iban a las habitaciones de don Paquito para fijar la cantidad que pedía para reconocer al nuevo vástago. Francisco de Asís no pregunta quién había sido, ni le importaba y además era sobradamente conocido, ni otros detalles que no tuvieran que ver con la cantidad final que cada vez era más gruesa y tuvo nueve ocasiones para refinar su negociación.

El día del alumbramiento, se dirigía a las habitaciones de la reina y sin verla, recogía al nuevo infante para mostrárselo a la Corte y celebrar su nacimiento mientras la madre descansaba en sus aposentos.

Todo esto no era nuevo, lo novedoso es que en esta ocasión lo conocía todo el mundo y todo el mundo le intentaba sacar provecho.

© 2010 jjb

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