martes, 2 de febrero de 2010

Sancha /2

En las paredes de ese edificio, a la manera de un graffiti sobrio y elegante, diseñado en un estudio y no en la calle o en las tinieblas donde los grafiteros urden sus fechorías, no, con letra aristocrática y buen tamaño se puede leer: “Nulla aesthetica sine ethica”.

Un poco más allá en la misma pared, con el mismo tipo de letra se puede leer: “Nulla ethica sine aesthetica”. De las ventanas que se abren en esos muros graníticos de vez en cuando, por la tarde, sentado en el banco que corona la cuesta de Lepanto camino de la Plaza Oriente, se pueden oír las notas de una viola, de un trombón, de un violín o de un saxo. A veces se oye un instrumento más sofisticado, una voz humana que traspasa los muros y llega a los oídos de los que por allí pasean y medran. Muchos no leerán el mensaje de las paredes, pero todos escucharan la música de los instrumentos que allí tocan.

En ese banco se domina desde lo alto la plaza Oriente, a la que ya acordamos quitarle la de porque así es un nombre más madrileño, se ve también la plaza Ramales y transportados en el tiempo se puede oír relinchar a los caballos de los coraceros franceses que atacaban a los vecinos del barrio de aquellos tiempos.

Desde ese mismo banco, escrito en el suelo se puede leer:”Un 7 de Octubre de 1571, Miguel de Cervantes Saavedra a bordo de la galera Marquesa, fue testigo del triunfo de la flota española, veneciana y pontificia en las aguas del golfo de Lepanto, en Grecia.”

Aquella victoria de la flota tan dispar le costó al insigne escritor ser apodado “el manco de Lepanto”, amén de tener que valerse de una sola mano para sus restos. Pero posiblemente aguzó su ingenio y le proporcionó un tema de conversación cuando se aburriera de comentar sus libros. Aquella batalla da nombre a esa empinada calle y la plaza que limita, una de las dos que flanquean la plaza Oriente.

Bajando Lepanto, torciendo a la izquierda, viendo de nuevo las estatuas de aquellos reyes guerreros, imponentes, con aspecto fiero, con semblante de entrar en batalla, oteando al enemigo en la lejanía. Ese paseo viendo las estatuas emparentadas de dos en dos y repitiendo de nuevo esos nombres tan enrevesados, tan inverosímiles: Ramiro 1, Alonso 2, Iñigo Arista, Alonso 1, Don Pelayo, Wamba, Suintila, Leovigildo, Eurico y Ataulfo. En ese orden, en ese pasillo lateral que acaba junto al palacio Real, vaya nombres y que paz da sentarse entre dos de ellos, en el banco de la misma piedra de la que están hechos.

© 2010 jjb

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