jueves, 4 de febrero de 2010

Sancha /4

Y Sancha subida en su pedestal, con su sonrisa de niña, con su mano derecha en el corazón y la izquierda sosteniendo un papel, muy femenina, no mira al palacio, ni siquiera al que fuera su esposo, que tiene al lado. Sólo separada de él por el banco de piedra, parece mirar al final de la plaza Oriente, casi al Teatro Real.

Dicen que estuvo algunos siglos mirando al palacio que tiene tan cercano. Le gustaba ver la sobria elegancia de aquel palacio pero dos experiencias negativas le hicieron torcer el rostro y dejar de mirarlo.

Un día supo que cerca de ella, en el techo del palacio, estaba el busto de Sabatini, uno de los arquitectos de aquel edificio, sin brazos. Oyó a unos transeúntes decir que el rey que le había encargado el trabajo le cortó los brazos al terminarlo para que no pudiera construir otro igual. Y ella quiso creer lo que decían cuando cierto tiempo después, quizás decenas de años después, volvió a oírselo a otro viandante que se lo contaba a sus amigos.

Aquello le rompía el corazón a doña Sancha, que entregada a la belleza de aquella soberbia construcción, admiraba a quien dirigió sus obras, y era cierto. Ella podía ver aquel busto en piedra sin brazos, a diferencia de las otras estatuas, lo cual le daba la verosimilitud que unida a la coincidencia le había convencido. Qué crueldad tuvieron sus descendientes al cortarle sus miembros superiores a aquel arquitecto italiano que no utilizó maderas para evitar que se volviera a incendiar el palacio, como le había ocurrido al anterior en un fatídico día de Nochebuena. Mucho después de su muerte y mucho antes de estar en aquel pedestal, en piedra, observando lo que ocurría a su alrededor.

Ese fue su primer disgusto, pero no fue definitivo. Alguien había mandado matar a su amado en su día y ella pudo entenderlo pensando en razones de estado. También es cierto que no le conocía, con lo cual su afecto por él era nulo, pero fue su primera experiencia y no la última en ver que a ella le podían ocurrir ciertas cosas que al resto de los mortales no le ocurrían por ser una persona principal. Nada menos que hija de rey y hermana de rey. Y eso que aún no sabía que sería futura reina, aunque jamás ejerciera esa labor dejándosela a su marido y ella encargándose de la gobernanza de un monasterio. Una comunidad mucho más reducida que un reino y sobre todo mucho más homogénea porque entonces era necesario ser rica para ser monja.

La muerte y la vida no tenían mucho valor en aquellos tiempos y mucho menos cuando había valores supremos de estado que prevalecían sobre cualquier otro principio o derecho. Tampoco había derechos salvo los de los nobles, pero Sancha siempre entendió la vida de otra manera y sufría como propia la muerte de los demás aunque fuera necesaria para los intereses de su Casa. Sabía que debía obedecer y seguir lo que le indicara su padre, después su hermano y después su marido, sin decir esta boca es mía. Pero había ciertas cosas que no le gustaban y llevaba mal interiormente.

Ni qué decir tiene que desde que acabó su vida y después, fue materializada en piedra. Su corazón se había humanizado aún más y se sensibilizaba con cualquier circunstancia en la que interviniera la injusticia, la violencia o la impostura.

© 2010 jjb

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