Dicen que estuvo algunos siglos mirando al palacio que tiene tan cercano. Le gustaba ver la sobria elegancia de aquel palacio pero dos experiencias negativas le hicieron torcer el rostro y dejar de mirarlo.
Un día supo que cerca de ella, en el techo del palacio, estaba el busto de Sabatini, uno de los arquitectos de aquel edificio, sin brazos. Oyó a unos transeúntes decir que el rey que le había encargado el trabajo le cortó los brazos al terminarlo para que no pudiera construir otro igual. Y ella quiso creer lo que decían cuando cierto tiempo después, quizás decenas de años después, volvió a oírselo a otro viandante que se lo contaba a sus amigos.
Aquello le rompía el corazón a doña Sancha, que entregada a la belleza de aquella soberbia construcción, admiraba a quien dirigió sus obras, y era cierto. Ella podía ver aquel busto en piedra sin brazos, a diferencia de las otras estatuas, lo cual le daba la verosimilitud que unida a la coincidencia le había convencido. Qué crueldad tuvieron sus descendientes al cortarle sus miembros superiores a aquel arquitecto italiano que no utilizó maderas para evitar que se volviera a incendiar el palacio, como le había ocurrido al anterior en un fatídico día de Nochebuena. Mucho después de su muerte y mucho antes de estar en aquel pedestal, en piedra, observando lo que ocurría a su alrededor.
Ese fue su primer disgusto, pero no fue definitivo. Alguien había mandado matar a su amado en su día y ella pudo entenderlo pensando en razones de estado. También es cierto que no le conocía, con lo cual su afecto por él era nulo, pero fue su primera experiencia y no la última en ver que a ella le podían ocurrir ciertas cosas que al resto de los mortales no le ocurrían por ser una persona principal. Nada menos que hija de rey y hermana de rey. Y eso que aún no sabía que sería futura reina, aunque jamás ejerciera esa labor dejándosela a su marido y ella encargándose de la gobernanza de un monasterio. Una comunidad mucho más reducida que un reino y sobre todo mucho más homogénea porque entonces era necesario ser rica para ser monja.
La muerte y la vida no tenían mucho valor en aquellos tiempos y mucho menos cuando había valores supremos de estado que prevalecían sobre cualquier otro principio o derecho. Tampoco había derechos salvo los de los nobles, pero Sancha siempre entendió la vida de otra manera y sufría como propia la muerte de los demás aunque fuera necesaria para los intereses de su Casa. Sabía que debía obedecer y seguir lo que le indicara su padre, después su hermano y después su marido, sin decir esta boca es mía. Pero había ciertas cosas que no le gustaban y llevaba mal interiormente.
Ni qué decir tiene que desde que acabó su vida y después, fue materializada en piedra. Su corazón se había humanizado aún más y se sensibilizaba con cualquier circunstancia en la que interviniera la injusticia, la violencia o la impostura.
© 2010 jjb
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