viernes, 25 de septiembre de 2009

Verónica /5

Y de Julia a Lola, de tranquilidad en tranquilidad, sin alteraciones sensibles, con los papeles definidos y jamás dichos, una la amante y otra la amiga, se perdía y perdía el tiempo para no volverse loco por el recuerdo de aquella mujer sin nombre a la que no podía olvidar. Jamás los sucedáneos paliaron el placer de lo auténtico, jamás la promesa de la felicidad desconocida perdió contra la certeza de lo cotidiano.

Él se movía desde el corazón a sus asuntos, rezando como una letanía, como un conjuro que reclamara su presencia una frase robada de la obra del maestro, “Por qué se me vendrá todo el amor de golpe cuando me siento triste, y te siento lejana ...”, ¿por qué? Y como siempre, había más preguntas que respuestas, pero la respuesta a aquella pregunta que se había instalado en su vida sin visos de dejarle libre de su acoso, aquella respuesta ni la conocía ni posiblemente existiera.

Una tarde después de haber comido con Lola en un restaurante de barrio el menú del día, la había acompañado a clase y después se dirigía al metro para volver a casa y allí leer poesía y escuchar a Serrat y de repente, como una exhalación, al cruzar una esquina, la vio avanzar calle arriba vestida elegante, como de oficina. No iba sola, a su lado había un hombre de edad indescriptible que lo mismo podría ser su hermano, un amante maduro, un compañero de trabajo o un inspector de hacienda. Sólo reparó en el acompañante un segundo porque enseguida tuvo ojos sólo para ella, intentando guardar cada detalle para que después de este encuentro no se le borrara ni un rasgo de su memoria.

Su corazón iba cada vez a una velocidad mas rápida, su cerebro acompañaba en su loca carrera al corazón y no sabía qué hacer: salir corriendo como le pedía su yo mas cobarde o abordarla como su más audaz personalidad le exigía. Optó por lo que había hecho toda su vida, la técnica del avestruz, hacerse el despistado como si fuera ajeno a este mundo y no viera nada de lo que aparecía a su alrededor.

Al llegar a la altura de aquella pareja notó los ojos de ella y no pudo por menos de levantar la vista y por un instante cruzar sus miradas. Vio la risa entre burlona y feliz de ella, pero vio poco más, porque instintivamente volvió a bajar la cabeza. Unos pasos más allá después de cruzarse se paró, se giró y se quedó mirando cómo se alejaban, mirando el suave baile de sus caderas que no había cambiado y que le gustaba tanto como la primera vez que lo vio.

De repente ella se volvió, le dijo alguna excusa a su acompañante y con la misma sonrisa que tenía al mirarla se dirigió hacia él. Quería morirse, no estaba preparado para aquello fuera lo que fuera, pero la distancia no era muy larga y su paso era firme, así que llegó a su altura, se acercó hasta rozarse con él, se puso de puntillas y con los ojos cerrados le besó fuerte y lentamente, con un beso eléctrico que levantó todas las terminales nerviosas de él con una fuerza imposible de medir con voltios, amperios, julios o vatios. Ese beso pudo durar un tiempo indefinido comprendido entre una eternidad y un pequeño intervalo de tiempo robado, pero fue tan intenso, tan potente, tan febril, tan vivo que cuando ella se separó suavemente, le sonrió más ampliamente y le dijo mañana en el mismo sitio a la misma hora y se alejó con el mismo paso firme con el que había llegado, él no sabía si morirse de alegría o vivir eternamente aquel momento, que se estaba terminando mientras ella se alejaba del brazo de su acompañante y no miraba hacia atrás.

Les vio perderse en la calle y apenas tuvo fuerzas para moverse, como si no quisiera romper la magia de aquel instante, como si quisiera quedarse allí para toda la vida, porque en aquel momento, después de días, quizás años de vivir sin vivir, ahora la vida tenía sentido.

© 2009 jjb

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuanta crueldad...un besito en la frente y una promesa velada...si es que....