martes, 22 de septiembre de 2009

Verónica /2

Suponiendo que ocurre todo eso, los siguientes pasos son una larga serie de explicaciones y obligaciones, de citas y ritos, de creación de cadenas y sucesión de hechos que conducen al dolor a veces y a la rutina otras, pero antes de eso, para que ocurra ese milagro que a veces aparece, es necesario que ambos sintamos lo mismo, o ¿sólo es necesario que uno lo sienta y el otro lo finja?, yo puedo fingir esa atracción porque sé que sólo uniendo sentimientos puedo practicar el sexo con la mayoría de las mujeres, sólo me aceptarán si además de mi deseo las digo que las quiero, va íntimamente ligado una cosa a la otra, parece absurdo, pero es así.

Pero ¿qué hacía yo? A escasos momentos de que una atractiva desconocida me abordase y me hiciera una pregunta fuera de lugar estaba yo haciendo teorías, componendas, razones y justificaciones y eso no tenía ni pies ni cabeza. Por algún motivo aquella descarada mujer se había colado en mi vida sin permiso y sin ninguna misericordia me hacía plantearme los conceptos, las razones, las cosas, pero sobre todo y sin entenderlo muy bien, cada segundo que pasaba tenía la certeza de que la había conocido hacía mucho tiempo. Se estaba colando en mi vida, en mi mente, en mis pensamientos y estaba usurpando un lugar que amigos, familiares y vecinos han necesitado casi una vida para tener y no lograba entender por qué, ni cómo.

Sin darme cuenta, sin apenas notarlo, estaba empezando el proceso, el largo proceso que torpemente y con exceso de verborrea le acababa de contar. Ella callaba, escondiendo tras una media sonrisa mucho más que intenciones, comprensiones o aceptaciones, estaba asentada en su media sonrisa porque las cosas estaban discurriendo como ella había pensado que ocurrirían.

En aquella plaza, frente a Palacio, con la noche cayendo lentamente, ajenos al mundo, compartieron unos segundos de silencio, un respiro para poner en orden sus ideas, para pensar qué decir en el próximo futuro, para observarse, para completar el protocolo ancestral del cortejo humano refinado por siglos de fracasos y fracasos, de éxitos efímeros y pasiones desmedidas. Ella volvió a tomar la iniciativa y rompió el silencio, tengo que irme, te espero mañana aquí a las siete, ven si quieres.

Mientras se alejaba, él observaba el suave baile de sus caderas, la cadencia de sus pasos, en un vaivén estudiado del que era muy consciente, que llamaba la atención y también sabía que él la estaba observando admirando el ritmo de su baile. No volvió la cabeza para comprobarlo, no necesitaba hacerlo, lo sabía.

Y allí le dejó repleto de preguntas, carente de respuestas y una que flotaba sobre todas las demás ¿qué había ocurrido? ¿cómo podía haber cambiado su vida en una pequeña fracción de tiempo fruto de la casualidad, la coincidencia, la probabilidad quizás?, ¿quién era ella?, ¿por qué le interesaba tanto?.

Mientras esperaba su turno seguía pensando en ella, no había dejado de hacerlo desde que desapareció sin decir adiós. Tampoco dijo hola cuando la conoció, los convencionalismos no parecían encajar con ella, estaba allí, en una sala de espera, sólo, amueblada asépticamente, como si fuera la sala de espera de un doctor, o de un notario de zona buena. Había un único cuadro, “Effect de neige a Vetheuil” y ese cuadro era lo único que le hizo abandonar su insistente persistencia en pensar en ella, era de Monet, el titulo y el autor estaban también en la reproducción. Su francés básico le permitía saber que el efecto de la nieve en Vetheuil era la visión de Monet que se impresionaba con la nieve en distintos sitios. El impresionismo, la fijación en un solo personaje que se debía estar muriendo de frío mientras posaba para el pintor, la iglesia, la nieve, el campo, la desolación.

Ese era su estado de ánimo, desolación, falta de información, muchas más interrogantes que respuestas, mucha más necesidad de saber que de preguntar, la incertidumbre de la sorpresa, la oscuridad del deseo. Aquel cuadro de Monet, una copia enmarcada de una serie de miles vendida en unos almacenes de nombre escandinavo para decorar las salas de espera de todos los negocios del mundo, era la única posibilidad de perder el tiempo mientras la espera se prolongaba, pero aquel cuadro además de servir para contar árboles, enumerar detalles y buscar diferencias le atraía especialmente y aún no sabía por qué.

La entrevista de trabajo no le dio muy buena impresión, tampoco aquí le iban a contratar pensaba, pero al menos había sido corta y no una interminable serie de preguntas inconsecuentes con un fin siempre igual. No era fácil empezar a trabajar sin tener experiencia y era difícil tener experiencia sin tener un trabajo, una contradicción difícil de superar. Esta vez al menos no había tenido la sensación de jugarse la vida mientras le hacían preguntas, no había tenido la tensión que otras veces le había secado la garganta y le había hecho dudar de respuestas y preguntas. Por alguna razón esta vez no había habido la tensión de otras veces y las manos no las había tenido húmedas, ni el corazón se le había puesto a una velocidad preocupante, ni las piernas parecían haberle dejado de responder, en esta ocasión había estado tranquilo.

Pero también sentía que aquello no le interesaba demasiado, porque toda su atención la tenía aquella desconocida a la que apenas había conocido el día anterior. Contaba las horas, los minutos que quedaban para verla, amontonaba más preguntas que respuestas y se olvidaba tanto de unas como de las otras. El reloj corría lentamente, con una parsimonia que le hacía perder los nervios, con las ideas confusas y dispares, intentando que la rutina le dirigiera los pasos para dedicarse a otras cosas que le interesaban más que comer, dormir, andar, vivir.


© 2009 jjb

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